Sin una explosión de un crecimiento excesivo de los precios, los problemas pueden venir del dólar o de China.
“Mejor imposible”, afirmaba el vicepresidente de la Reserva Federal (FED), Roger Ferguson, en la primavera de 2007 sobre la situación de la economía mundial. Una de las más claras muestras de la complacencia que, por aquellas fechas, inundaba la opinión oficial y privada de los principales países industriales. Sólo el economista Nouriel Roubini, el Banco de Pagos Internacionales (BIS) y el economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), Raghuram Rajan, habían expresado dudas sobre un “exuberante sistema financiero”. La crisis del crédito subprime norteamericano explotó a los pocos meses, pocos años después el euro estuvo a punto de desaparecer. Lo que se conoce como la Gran Recesión ha durado 10 años, durante los cuales todas las previsiones se revisaban a la baja. 2017 ha supuesto un giro en sentido contrario. Las diferencias entre los distintos pronósticos del mercado son las más pequeñas en 25 años. Todas las cifras económicas se revisan al alza y sólo hay 14 países en recesión, según el FMI, que deberían ser tres en pocos años. Casi todos los países industriales han recuperado sus niveles de riqueza previos a la crisis; han reducido su deuda privada; unos tienen niveles de desempleo más bajos que entonces, aunque otros no; todos tienen tasas de inflación más bajas, las menores en su reciente historia, pero con desigualdades más acentuadas que se agudizan con los salarios estancados.
Es un mundo distinto al de hace diez años, sobre todo por la tecnología, porque la confianza financiera ha vuelto a superar al miedo: Bolsas y bonos están en precios máximos históricos; hoy como ayer el riesgo es barato, la volatilidad mínima. ¿Es la calma que precede a la tormenta? No necesariamente. Entonces como ahora es bueno recordar la máxima sufista que “nunca sabemos cuándo estamos teniendo suerte”. Ahora la estamos teniendo, desde luego. Esto depende de muchas cosas, distintas en su importancia dependiendo de los sitios. Son esta vez los países ricos los que actúan como motor de la economía mundial creciendo por encima de su potencial. Aunque el crecimiento sea bajo su peso en la economía mundial es de más del 50% con lo que sus mercados absorben exportaciones y materias primas. Los bajos tipos de interés alientan los flujos de capitales hacia los países emergentes, 70.000 millones de dólares en este año.
Las cuatro grandes economías del mundo (EE UU, China, Japón, la Unión Europea) crecen por encima de su potencial, con una inflación que no despega. Si lo hiciera con fuerza las cosas cambiarían a peor con rapidez pero para que eso pase los salarios, o el petróleo, tendrían que acelerarse bastante. Los primeros no lo están haciendo: las negociaciones salariales sincronizadas a nivel nacional ya son cosa del pasado y la tecnología sumada a la globalización aumenta la competencia, por lo que los salarios están estancados en toda la OCDE. El petróleo está sometido a un control de la oferta por parte de la OPEC más Rusia, con el precio objetivo de 60 dólares el barril, que permitiría aumentar la producción si los precios se dispararan.
Sin una explosión de un crecimiento excesivo de los precios, los problemas pueden venir del dólar o de China, ya que Japón apuesta a ser una economía intervenida por su banco central y los demás le consienten que así el yen esté depreciado. La UE acaba de salir de sus y debería tener por delante un ciclo alcista si el ordoliberalismo alemán no lo arruina con sus dogmas. China va a desacelerarse, del actual 8,7% de crecimiento a menos del 7%. El Gobierno chino, recién reelegido por el Partido Comunista, ha reafirmado su voluntad de intervenir en la política pero también en la economía. Muchos dicen ahora que esto garantiza la estabilidad, la capacidad de tomar decisiones estratégicas acordes con la automatización y la inteligencia artificial. Otros miran al alto endeudamiento privado, en términos globales 270% del PIB y temen un aterrizaje más forzoso.
Norteamérica, responsable primero de la Gran Recesión de 2007, ha estado creciendo desde 2009 poniendo en práctica una revolución en el uso de la política monetaria de dimensiones históricas, que ha inspirado a la zona euro y a Japón, entre otros. Su decisión a finales de 2016 de ir abandonando los métodos monetarios extraordinarios ha sido totalmente ratificada en 2017. Durante los próximos años la FED subirá tipos y reducirá su balance desde los 4,5 billones que acumula hoy. Un error de timing con una subida demasiado rápida de los tipos de interés, o que al contrario se perciba que va por detrás de las presiones inflacionistas, es un peligro que puede provocar miedo al futuro con una subida del dólar que arruine a los emergentes. El ciclo norteamericano, entrando en su décimo año de recuperación, no parece requerir estimulos ya que el crecimiento se ha relanzado al mayor ritmo en dos años. Pero esto es lo que ha hecho el Partido Republicano y el presidente Donald Trump al aprobar esta semana una masiva bajada de impuestos, para empresas y familias. El coste de 1,5 billones de dólares en diez años solo se justifica si supone un impulso a la inversión y al consumo. Los detractores apuntan que es una reforma fuertemente ideológica, pero poco eficaz. Un aumento considerable de la emisión de deuda norteamericana, al mismo tiempo que la FED deje de comprar deuda por su lado, empujaría los tipos al alza en toda la curva. La nueva reforma fiscal puede también empujar el dólar , al propiciar la repatriación de dinero por parte de las multinacionales norteamericanos.
China por unos motivos -el poder del Partido Comunista-, EE UU por otros, -la necesidad republicana de hacer algo con su mayoría en el Capitolio y la Casa Blanca-, actúan económicamente por necesidades de política doméstica. Nadie puede criticar algo que hacen todos los países, lo que pasa es que representando conjuntamente el 40% del PIB mundial, las consecuencias son globales. El mundo es cada vez más global económicamente, ningún país es tan grande como para desestabilizar su economía por sí solo, pero estas dos economías juntas representan nuestro mayor riesgo, aunque si ambos aterrizan suavemente de sus respectivos ciclos nos darán un buen respiro. La solución, el año que viene