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El capitalismo y la globalización han dado a los norteamericanos armas devastadoras de efectos inmediatos que casi solo ellos poseen.

Todos los imperios buscan la extraterritorialidad de sus leyes y normas, pero pocos consiguen y solo en algunas ocasiones mandar más allá de sus fronteras sobre territorios y gentes extranjeras. Normalmente el miedo a la fuerza militar es lo que hace a otros gobiernos ser receptivos a los deseos, a las reglas del  país fuerte, más o menos próximo. Pero también el músculo económico o comercial deja sentir su influencia, el miedo a perder acceso a los mercados, a dejar de recibir necesarias mercancías lleva a países a ser receptivo al deseo de otros. Siempre ha pasado, pero más ahora: como con la Federación Internacional de Ajedrez que está a punto de no tener acceso a cuentas internacionales por tener como presidente al político ruso, Kirsan Ilyumzhinov, afectado por las sanciones norteamericanas, según la BBC.

Desde la guerra de Corea, en 1956, los Estados Unidos han intervenido en varios conflictos pero con poco éxito. En la misma Corea, China evitó la derrota del Norte comunista. En Vietnam. EE.UU fue derrotado. Estos últimos 15 años en Afganistán, Irak o ahora en Siria no solo no hay victorias claras, sino que la capacidad de EE.UU de respaldar a sus aliados está más que en cuestión. Ir a la guerra al lado de los norteamericanos no es ni mucho menos garantía de salir vencedor, como lo había sido hasta 1945. Sus enemigos, Irán, y adversarios, Rusia, no solo lo saben sino que lo difunden. No hay seguridad de no quedarse tirado si tu aliado es la poderosa Norteamericana.

No es una cuestión de capacidad militar o armamentista. EE.UU es todavía el país más poderoso militarmente de la tierra. No se cansa de serlo. En el último prepuesto aprobado la Administración Trump ha incrementado el gasto en defensa un 7% hasta 700.000 millones de dolares con el objetivo de seguir siendo los más fuertes. Parece que se trata más bien de una cuestión de voluntad, de resiliencia, de aguante para ganar de manera perdurable.

Sin embargo, el capitalismo y la globalización han dado a los norteamericanos armas devastadoras de efectos inmediatos que casi solo ellos poseen y, lo más importante, que no se pueden usar contra ellos: las sanciones económicas y financieras. Todos los países que en la actualidad viven en economías más o menos abiertas, sus empresas públicas o privadas dependen del acceso a los mercados globales, en gran parte norteamericanos. El dólar es la moneda reserva del mundo, «el privilegio exuberante», el bono americano (el treasurie) es el activo libre de riesgo global, la bolsas más líquidas son las suyas, ningún banco puede sobrevivir excluido de sus mercados y ninguna gran empresa tampoco.

Rusia, Irán, Corea del Norte están los tres sometidos a sanciones económicas norteamericanas que les son difíciles sino imposibles de aguantar. Cuba con los Castro las aguantó varias décadas, pero era una economía cerrada sin empresas de importancia. Tampoco lo era la antigua Unión Soviética, aunque acabó perdiendo la Guerra Fría por falta de capacidad económica. EE.UU somete así, no tanto a su voluntad, pero si a su castigo a sus mayores adversarios, países totalitarios con sistemas económicos muy débiles. Pero tampoco economías libres pueden resistir al deseo norteamericano, como en el caso del secreto bancario suizo contra el fisco de EE.UU hace unos años.

En estos días, con Donald Trump, el uso de las sanciones está llegando a nuevas cimas. Son la amenaza para obligar a Irán a reabrir su acuerdo sobre armas nucleares, extendiéndolo en el tiempo e incluyendo misiles balísticos para reducir su capacidad regional. El enfrentamiento con Rusia, no tanto del propio Trump como del resto de su gobierno y del Congreso, ha llevado a severas sanciones no solo a Rusia sino a oligarcas próximos a Vladimir Putin a los que se les congelan sus bienes en Estados Unidos o la UE, mientras que sus empresas son excluidas del acceso a los mercados internacionales. Caso de la empresa en propiedad del oligarca ruso Oleg Deripaska, a punto de tener que dejar de cotizar en Gran Bretaña que controla Rusal, la mayor productora de aluminio del mundo. Lo mismo se hace con los que comercien con Corea del Norte, incluidas las empresas chinas o de terceros países.

Es seguro que por un precio hay quienes se saltan las sanciones vendiendo petróleo a Pyongyang o materiales a Teherán, pero cada vez son menos por el riesgo de sanciones tremendas como le ha sucedido al banco francés BNP Paribas con una multa de 6.500 millones de euros. En este campo, la colaboración con la UE es imprescindible, también con Japón, aunque ninguno de sus bancos se puede permitir el lujo de quedarse sin acceso a EE.UU. Realmente solo China y la UE son imprescindibles para las empresas norteamericanas o para la financiación de sus déficits público y comercial. Los norteamericanos necesitan el exceso de ahorro europeo o chino para seguir creciendo y consumiendo. Ahora cada vez más del europeo mientras china busca mejorar su nivel de vida. El petróleo iraní y el gas ruso no son importantes para EE,UU, aunque si para Europa. Ese equilibrio de intereses decidirá la política mundial una vez que los países fuertes, pero ricos no están dispuestos a ganar guerras.