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La unión monetaria está completa, pero la financiera solo a medios , sin unión económica y fiscal; con economías nacionales muy dispares y con ciclos económicos distintos, la zona euro está abocada a grandes crisis existenciales.

El alemán Klaus Regling, actual presidente de Mecanismo de Estabilidad Europeo (ESM, en sus siglas en inglés), quien ha ocupado importantes puestos en su Gobierno y en la Unión Europea (UE), decía esta frase hace unos días al conocer las posiciones, entre ellas de Alemania, respecto a no abordar ahora ni la unión económica ni la fiscal, ni tampoco completar la unión bancaria. La zona euro vive su mejor época desde su nacimiento en 2002, con todas las economías creciendo por encima de su potencial, reducciones del desempleo hasta su nivel estructural, floja pero existente inflación; con los indicadores de confianza en buena posición y una situación de exceso de ahorro sobre la inversión que le propicia un robusto superávit exterior (69.400 millones de euros en 2017). Lejos están los años en los que Alemania era el país enfermo (2000-2003) o lo eran los llamados periféricos (2010-2013).

Superada las crisis de 2010 y 2012, que amenazaron con hacer estallar la unión monetaria, la zona euro se ha consolidado como la tercera zona económica del mundo, todavía en expansión de nuevos países miembros, con la segunda moneda reserva global detrás del dólar. Su modelo, o quizás modelos políticos y sociales, son los más equilibrados en igualdad de oportunidades, transparencia y democracia. Aliada esencial de Estados Unidos, pero cada vez con mayor distancia (política, comercial, medioambiental, en la cuestión de Irán…). Cabría preguntarse si hay prisa en cambiar algo.

La hay. La unión monetaria está completa, pero la financiera solo a medios , sin unión económica y fiscal; con economías nacionales muy dispares y con ciclos económicos distintos, la zona euro está abocada a grandes crisis existenciales. Una política monetaria con tipos de interés iguales es por definición demasiado expansiva para unos, o demasiado restrictiva para otros. Los 16 años de vida del euro ya nos han dado ejemplos para todos los gustos. Es cierto que el euro ha traído a todos estabilidad, sin excesivas apreciaciones (esencial para la Alemania exportadora) pero tampoco debilidades (crucial para todo el sur).

Pero en el sistema capitalista los ciclos existen, en el comunista solo hay uno. La próxima crisis económica encontrará desde luego a una zona euro más competitiva, con sistemas bancarios más saneados, pero con altos niveles de deuda, privada y pública. La cuestión no es que unos países subvencionen a otros, como Holanda y Alemania plantean, sino que el ahorro fluya por razones de mercado, es decir de rentabilidad, no por seguridad como sucedió en la pasada crisis. Si en la próxima crisis, el ahorro vuelve a secarse para determinados países euro, solo el Banco Central Europeo (BCE) podrá volver al rescate anulando al mercado.

Alemania está muy contenta teniendo el único activo sin riesgo de toda la zona euro, que le permite financiarse a precios incluso negativos. La deuda alemana sólo puede ser emitida por el Estado alemán. Pero un activo nacional sin riesgo en su moneda es una necesidad de toda economía moderna: nuestros ahorros, nuestras pensiones, necesitan un activo libre de riesgo en nuestra moneda. La zona euro carece de ese activo, cuyo papel juega el bund alemán de momento. Es injusto, demagógico y equivocado seguir así. Todos los ciudadanos del euro tenemos derecho a poder refugiarnos en un activo sin riego común, no nacional.

Junto con esto, es necesario un sistema bancario saneado, regulado homogéneamente en toda la zona. Ahora el BCE regula y supervisa todos los sistemas bancarios del euro, lo que falta es que todos los depósitos estén igualmente garantizados, para asegurar una efectiva competencia en la captación del ahorro en euros. Alemania y Holanda tienen mucho ahorro pero no tan buenos sistemas bancarios, a los que tratan de proteger al evitar la consecución de la unión bancaria.

Estos temas no son una cuestión franco-alemana. La crisis ha demostrado que ni uno ni otro quieren o pueden salvar a otros países cuando llega la crisis. Las dolorosas devaluaciones internas de Irlanda, España, Portugal o Grecia no han sido favores. No es aceptable seguir centrando los debates euro entre deudores y acreedores. El euro no era para que Alemania pudiera mantener una moneda competitiva sino para que los ahorradores alemanes, junto con el resto, pudieran ganar más sin riesgos de devaluaciones, financiando las inversiones más rentables.

Además hay otro tema, en este Alemania y Francia van unidos. Reducir el papel de la Comisión (Unión) a favor del Consejo (Naciones). En esto hay riesgos: por un lado, incrementar el poder de los fuertes para defender sus intereses, pero, por el otro, la parálisis que el Consejo está demostrando para decidir algo concreto, con comunicados vacíos, una y otra vez. No se puede negar la distancia con la que se percibe por los ciudadanos a la Comisión y al Parlamento europeos. Aunque esta Comisión está demostrando un gran dinamismo en temas comerciales, pero también de la defensa de los derechos individuales en la era de la digitalización. La verdad es que la Comisión resuelve, quizás demasiado, pero el Consejo dominado por los países lo hace muy poco.

Las próximas elecciones europeas, esperemos que sean un paso adelante en reducir el déficit democrático, con Emmanuel Macron intentando romper el bipartidismo tradicional entre el PP Europeo y los Socialistas. Pero si llegamos a ellas, dentro de un año, habiendo dejado la mejora de la zona euro hasta la próxima crisis será difícil que los ciudadanos se sientan motivados y cuando la crisis llegue, entonces la frustración será máxima.