Hace ya 62 años, en 1956, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia enviaron tropas al Canal de Suez pero en bandos distintos. Los norteamericanos se opusieron entonces y con éxito al intento conjunto de israelíes, británicos y franceses de derribar al coronel Gamal Abdel Nasser en Egipto. El Gobierno israelí aprendió la lección de no separarse de EE.UU. en el futuro, lo que le ha ido muy bien. Los europeos aún recuerdan la humillación como el principio de su ocaso colonial.
Hace pocos días, norteamericanos, británicos y franceses atacaron conjuntamente al régimen sirio de Bachar el Asad. No hubo tropas terrestres involucradas, se preavisó para evitar un conflicto con Rusia, que sí tiene tropas sobre el terreno. Los aliados quisieron dejar claro que su ataque no pretendía derrocar a El Asad, ni cambiar el curso de la guerra en Siria, ya en su séptimo año. Era sólo un castigo por “saltarse las líneas rojas” de emplear armas químicas. El ataque no tuvo el respaldo de Naciones Unidas, por el veto de Rusia, pero sí el de la OTAN. En cuanto a la Unión Europea (UE), sus ministros de Exteriores declararon al respecto de manera dispar, pero dejando claro que no participarían activamente.
Pocos días antes, el presidente Donald Trump había anunciado la retirada de los 2.000 asesores militares norteamericanos, asentados al Este del Éufrates, para ser corregido inmediatamente por el Pentágono en el sentido que la retirada se hará “cuando se hayan conseguido los objetivos previstos”, entre los cuales se menciona frenar o limitar la influencia iraní en la zona. El Pentágono ha dejado de hacer público el número total de efectivos desplegados en la región. Estados Unidos propone de cara al futuro que los países del Golfo financien el envío de tropas al Este del Éufrates, que ahora controlan los kurdos sirios. Pocas semanas antes, un ataque israelí contra una base siria impidió el despliegue de armas antimisiles de origen iraní en la otra orilla del río.
EE.UU. lleva desde 2002 involucrado en guerras sin fin en Irak y Afganistán. En el primer caso parece ir ganando con la consolidación de un Gobierno chií, en esto semejante al de Teherán; en el segundo caso, Washington se ha retirado ya dos veces, para tener que volver al poco tiempo. Los europeos en su mayoría se opusieron a la guerra de Irak, pero desde entonces han coincidido con los norteamericanos, enviando tropas a Afganistán y colaborando en la guerra de Siria contra el Estado Islámico.
Los suníes, aliados tradicionales de EE.UU., han perdido la guerra en Siria, después de perder el poder en Irak al caer Sadam Husein por la invasión norteamericana del país. Arabia Saudí, campeón del sunismo más integrista, reconoce ahora el derecho a existir de Israel, el mayor enemigo de su mayor enemigo, Irán. Podría pensarse que los saudíes han llegado a la conclusión que sólo Israel puede contar con el apoyo norteamericano incondicional que le garantiza el lobby judío en el Congreso estadounidense. En todo caso, la mayoría de los países árabes no ha reaccionado ante los últimos conflictos en Gaza, en defensa de los palestinos.
Parece difícil que ningún país de la zona pueda tener confianza en una alianza incondicional con EE.UU. Incluso Israel parece ser consciente de que el apoyo exige que ellos muestren una ferocidad como la de sus enemigos. La UE ni pincha ni corta, aunque los refugiados de todas estas catástrofes lleguen a sus fronteras. Turquía, o al menos su líder Recep Tayyip Erdogan, está abriendo canales con Rusia e Irán mientras bombardea a los kurdos en contra del criterio estadounidense y se distancia de Europa.
La influencia política occidental en lo que Zbigniew Brzezinski, asesor de seguridad con Jimmy Carter, llamó hace 40 años el “arco de la crisis” no pasa mucho más allá de los bombardeos que hemos visto estos días. Desde luego, el acuerdo con Irán, que incluye también a Rusia y China, para que no fabrique armas nucleares sigue siendo esencial si no queremos ver potencias nucleares regionales en varios países de la zona (Israel ya lo es). Cualquiera diría que este es un excelente precedente para lo que Donald Trump pretende con Corea del Norte, pero lo cierto es que amenaza con romperlo.
La influencia económica es otra cosa. Menos la UE, Israel y EE.UU., todos los demás países involucrados, incluido Rusia, son países emergentes, cuyas economías son totalmente dependientes del petróleo, con Siria e Irak completamente devastados.
La posibilidad de utilizar las inmensas reservas de gas será una ayuda, si hay inversión para hacerlo. En la próxima década los productores norteamericanos serán responsables del 50% de la oferta de petróleo mundial gracias al fracking, lo que no augura nada bueno para los países de la zona, ni para Rusia. Lo que menos sentido, económico y social, tiene es la carrera armamentística que se está produciendo allí, la zona del mundo con una población más joven. Los recientes disturbios estudiantiles en Irán nos indican un cansancio de la población, después de 40 años de guerras. La fatiga norteamericana, unida a la impotencia europea, nos deja contemplando un panorama desolador.
La llamada primavera árabe fracasó políticamente, menos en Túnez, un país que se está hundiendo económicamente sin que a nadie parezca importarle. Pero los problemas de las poblaciones son hoy peores que hace cinco años.