Antes o después todos los Bancos Centrales del G3 y otros de países desarrollados han apostado por los llamados QE para relanzar sus economías, después de la crisis financiera del 2007/08. Ha transcurrido bastante tiempo ya para comprobar hasta qué punto estas compras de activos, principalmente deuda pública, han servido para relanzar sus economías y reducir sus niveles totales de deuda.
Desde luego hay efectos que si se han producido.
Caída de los tipos de la deuda, pública y privada, incluso a niveles negativos. Soporte de la renta variable, llegando en el caso de EE.UU a alcanzar niveles record. También ha habido un relanzamiento del crédito bancario, más intenso en Norteamérica que en la zona euro o en Japón. El crecimiento también ha sido más intenso y sostenido allí, con una mayor intensidad en la creación de empleo e incluso un reciente aumento de los salarios.
Es cierto que Estados Unidos comenzó a aplicar QE en 2008, mientras que la zona euro se retraso hasta 2015, aunque Japón lleva aplicando políticas expansivas desde mucho antes que todos y que aunque en deflación desde hace años tiene la menor tasa de desempleo de los países desarrollados. También lo es que si EE UU no hubiera reducido su tasa de participación laboral su nivel de desempleo sería similar al de la zona euro.
Pero con todo y eso, parece que la experiencia en la parte occidental del Atlántico habría sido más exitosa que en la otra parte. Aquí siempre está la supuesta mayor flexibilidad laboral norteamericana, su mayor rapidez en limpiar el sistema bancario, pero también hay que tener en cuenta los canales de transmisión monetaria: en Norteamérica el mercado de capitales y en la zona euro el sistema bancario.
La reducción de los tipos de interés desde luego llega al sector público y a las grandes empresas, ambos usuarios asiduos del mercado de capitales, pero el resto del tejido productivo que tiene que acudir al sistema bancario tiene un indudable suelo en los costes de transformación de la banca. Así tres o cuatro puntos básicos de diferencial en los préstamos bancarios, en unas economías sin inflación, se convierten en tipos de intereses reales, con lo que en términos reales los tipos bancarios no han cambiado tanto para una gran parte del sistema productivo de la zona euro, sobre todo de los países que han tenido que realizar costosas devaluaciones internas.
EE UU cuenta además con un sistema público de concesión de hipotecas, Fanny and Freddie, que en la zona euro serían ayudas de estado , que le sirve para inyectar dinero público directamente en los bosillos de las familias a través del coste de las hipotecas . Mientras la zona euro agoniza sobre cómo llegar a una Unión Bancaria que no suponga un riesgo moral para los deudores.
Por todo ello los norteamericanos privados han reducido sus deudas en relación al PIB y los europeos no, la deuda pública en relación al PIB también es menor en aquel lado del Atlántico aunque no está nada claro como se refleja las deudas de la Administración Territorial y allí se realizo un masivo salvamento bancario con dinero público, el Tarp, del que tampoco se tienen todos los detalles .
Vivimos tiempos de masivas intervenciones públicas en la economía a través de los independientes Bancos Centrales, inflando sus balances, pero esa liquidez tiene que llegar al tejido productivo para relanzar la demanda, en cada sitio por los canales que mejor respondan a sus peculiaridades institucionales. El camino de la banca es necesario, pero parece que no suficiente.
De momento nadie en la zona euro quiere ni hablar de “tirar dinero desde los helicópteros”, los grandes beneficiarios de la expansión monetaria, los Estados, están agobiados con reducir sus déficits públicos para empezar a reducir sus stocks de deuda. Y probablemente hacen bien. Pero todos sabemos que el mejor aliado de la reducción de deuda en relación al PIB es el crecimiento del PIB. Un aumento de la demanda es difícil con altos tipos de interés reales para familias y empresas aun demasiado endeudas, con perspectivas de márgenes y salarios cuasi estancados.