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Mientras EU se pregunta qué hacer con el inesperado Brexit y los causantes, el Reino Unido, buscan desesperadamente no hacer nada, al otro lado del mundo, en Asia, donde hasta ahora se ha producido la mayor parte del crecimiento mundial y se espera que venga en el futuro, las perspectivas están cambiando.

Los mercados financieros llevan ya tiempo considerando el yen japonés como la medida del miedo al riesgo en Asia. De continuar esto siendo correcto, la medida indica mucho miedo. Efectivamente el yen está en máximos con respecto al dólar, pese a que el Banco de Japón no solo compra el bonos del Estado hasta acumular un tercio de toda la deuda en vigor, sino que ha apostado por instaurar intereses negativos en el mercado bancario. Los datos demográficos y macroeconómicos de Japón indicarían una situación sin crecimiento ni inflación para la tercera economía del mundo. El alto volumen de deuda pública, más del 250% del PIB, podría dejar de tener importancia si el BOJ sigue comprando a este ritmo: en diez años desaparecería el mercado privado de bonos japoneses, todos serian propiedad del Banco Central.

Estas singulares circunstancias de intervención pública en una economía capitalista no parecen producir confianza, sino lo contrario, a inversores y consumidores, quienes sin embargo compran un sobrevalorado yen.

En Asia, pero al otro lado del mar, la economía China tampoco ofrece todas las certezas. Después de dos décadas prodigiosas con crecimientos del 10% acumulativo la necesidad de un aterrizaje es ineludible. Así le sucedió a Japón en los 80 y a los Tigres en los 90. Aquellos fueron aterrizajes complicados. La pregunta era si podrá China evitar ese destino.

El plan acordado por todos, dentro y fuera, era cambiar las fuentes de crecimiento de la inversión y las exportaciones al consumo domestico y el bienestar social. Para ello la apertura y la liberalización eran los aliados ortodoxos, para crecer menos de manera más sostenible.

Pero la crisis del 2008 exigió de China un súper estimulo fiscal aplaudido por todo el mundo. Después la decisión de liberalizar y cambiar el modelo de crecimiento era lo esperado. Sin embargo el actual gobierno chino se ha ido encontrando con sucesivas burbujas, inmobiliaria y de crédito las principales, sin decidirse a acabar con un gigantesco sector público empresarial y local que mantiene tasas de inversión superiores al 30% del PIB. La relación prestamos depósitos avanza pasando ya el 100% y el nivel de créditos fallidos puede ser considerable.

Cuando el pasado verano la bolsa china empezó a caer el Gobierno entro en pánico y lo traslado al resto del mundo, produciendo una verdadera serpiente de verano. La noticia de que el dinero salía de China empezó a ser común durante el otoño y el principio del 2016. Las cosas se han ido tranquilizando con medidas de mayor transparencia cambiaria, pero nada que realmente frene el endeudamiento bancario. Hasta The Economist sorprendía a principios de 2016 al pedir paciencia en la liberalización financiera y cambiaria en China.

Una devaluación del reminbi era entonces y también hoy lo menos apropiado para la economía mundial, aunque sea inevitable en una China sometida a las leyes del mercado. Además en pocos meses el reminbi pasara al selecto club de las monedas reserva del FMI y por lo tanto tendrá que ser plenamente convertible.

Los últimos meses han puesto también de relieve que la integración de las cadenas de montaje globales es mucho más vertical que hace años. Una caída del crecimiento en China no sería compensada por crecimiento en otros países más baratos de la zona.

Todo esto hace de la situación en las mayores economías asiáticas una fuente de inestabilidad, con perspectivas de crecimiento a la baja en China y de estancamiento en Japón. No ajena a todo esto la tercera economía de la zona, Corea, acaba de implantar controles de capital para poder manejar mejor los flujos que afectan a su moneda, sin que el FMI haya dicho nada.

Las presiones e inestabilidades de EU y Asia pesan más y más en las decisiones de la FED. Pero sin una normalización de la política monetaria de la moneda reserva mundial, después de casi una década de QE, nos moveremos en aguas desconocidas.