La experiencia española en mociones de censura parlamentarias contra un Presidente de Gobierno no es amplia, pero sí interesante.
Lo primero es que todas las mociones, incluida la de Pablo Iglesias de hace unos días, se presentaban con el convencimiento de que iban a ser derrotadas. Han sido pues un instrumento de promoción del candidato para destacar su capacidad para ser el futuro Presidente del Gobierno. Pero también han servido para indicar el futuro destino de los protagonistas.
La primera moción en 1981, la de Felipe González contra Adolfo Suárez, fue derrotada pero dejó a las claras que González sería el próximo Presidente y que Suárez perdería también ante Fraga. Fue una perfecta predicción del futuro político que esperaba a los protagonistas, en este caso tres, no sólo dos.
La segunda en 1987, también derrotada, predijo la continuidad de Felipe González como Presidente, quien duró seis años más; por su parte el candidato Hernández Mancha, un magnífico joven político, perdió además el liderazgo de la oposición. Esta tercera en 2017, perdedora una vez más, nos indica a su vez que Mariano Rajoy sigue sin contrincante efectivo, dependiendo su futuro sobre todo de sus aciertos y errores.
No como en el caso de Felipe González que como Presidente en 1987 dejó claro su predominio indiscutible del liderazgo político. Ahora, Rajoy no ha ofrecido superioridad pero sí efectividad. La cuestión en la oposición ha sido en 2017 más compleja. El candidato Iglesias parece haber pasado su cenit, sin ser capaz de poner su carisma o su programa en el centro de atención, al negarle Rajoy un debate con sus ministros le obligó a enfrentarse a los demás portavoces, que no le trataron con deferencia.
En esta ocasión había un gran ausente, Pedro Sánchez, que no tuvo que desgastarse teniendo que elegir entre Rajoy e Iglesias. Albert Rivera por su parte estuvo contundente contra Iglesias, manteniendo su conocida estrategia de dejar al PP las cuentas y atacarle por la corrupción. Desde luego esta moción de censura le ha ido mejor a Sánchez que a Iglesias, quien ha gastado su cartucho sin eclipsar al PSOE.
El PSOE ha sido y sigue siendo la incógnita de este primer año de legislatura. Sin estrategia entre junio y octubre del 2016, con una abstención probablemente inevitable en octubre sobre la investidura de Rajoy que Sánchez no quiso decidir , con unas inexplicablemente retrasadísimas primarias (6 meses) que permitieron resucitar políticamente a Sánchez a los ojos de los socialistas más militantes . ¿Estamos otra vez donde estábamos hace un año? Quizás ya no sea así. Rajoy es presidente del Gobierno pero sin el apoyo del actual PSOE, por lo que existe la legislatura de cuatro años.
Podemos no ha aprovechado el vacío de poder socialista para hacerse con el liderazgo de la oposición de izquierdas, incluso se le están abriendo protagonismos internos en Barcelona y Andalucía, que subrayan el carácter asambleario de su organización. Sánchez parece que está menos locuaz en esta reencarnación, pero en cuanto abre la boca aparecen abismos.
El panorama político español tiene ante sí dos hitos: las elecciones municipales y autonómicas de 2019 y otro posible referéndum ilegal en Cataluña en octubre 2017. En 2019, el PSOE querrá seguir gobernando ciudades y autonomías en coalición con Podemos, pero esta vez con más preponderancia socialista. No tiene alternativa si quiere tener poder territorial. Esta realidad limita su grado de enfrentamiento con Podemos, aunque una buena parte de los votos para crecer estén a su izquierda.
La lucha por la primogenitura de la izquierda ha tenido en esta moción de censura su primera batalla. Al PSOE le ha ido bien que Iglesias se desgaste, apareciendo incapaz de ofrecer algo más que hace tres años en su lanzamiento. Exactamente lo contrario que llevó a Felipe González a presidente en 1982, quien pasó del socialismo marxista a la socialdemocracia. Pedro Sánchez parece convencido que la mayor parte de su crecimiento electoral le vendrá por la izquierda pero sin perder de vista que ahí también están sus principales aliados para gobernar ayuntamientos y comunidades, sin los cuales no podrá ganar las generales. Su elección de portavoz parlamentario en una experimentada exjuez parece indicar que serán los temas judiciales de corrupción donde espera erosionar al PP. En esto coincide con Ciudadanos, que apoya en economía y ataca en política. Más difícil puede ser la sustitución de las reformas del PP, ya que para ello hay que ponerse de acuerdo en un alternativa desgastándose ante parte de la opinión pública, pero sin gobernar. Aunque los sindicatos van a presionar a toda la izquierda para recuperar el protagonismo perdido con la reforma laboral.
Para el PP estos primeros meses de gobierno han sido muy buenos en economía, pero en nada más. Ha sido capaz de aprobar el techo de gasto y los presupuestos para 2017, con claras posibilidades de repetirlo en 2018. Eso sí, presupuestos planos y continuistas, en un escenario macroeconómico y de empleo envidiable. 2017 será el tercer año de una gran recuperación económica, con empleo y superávit exterior que dan estabilidad social y macroeconómica.
En 2015 y 2016 estas buenas circunstancias le dieron al PP solo 121 y 137 diputados respectivamente. La considerable pérdida de poder territorial en las elecciones municipales y autonómicas de 2015 pasó su factura. Mirando hacia el futuro, el partido de Rajoy tiene que recuperar poder territorial si quiere aumentar su electorado. Una ya larga -tres años- bonanza económica que previsiblemente se alargue otro par de años, dado las favorables circunstancias europeas y mundiales, será una muy potente arma electoral si el electorado le reconoce a Rajoy y los suyos el mérito, lo que no ha hecho demasiado hasta ahora. Las caras hacen mucho, la total estabilidad del equipo económico no ofrece nadie atractivo electoralmente. Puede que al poder político del PP no le interesen nuevas personalidades atractivas electoralmente, no vaya a ser.
En el resto de temas este primer semestre de 2017 ha sido complejo o, directamente, malo para el gobierno. Llama sobre todo la atención el frente judicial, con la pérdida de un fiscal anticorrupción; recusaciones varias; cita en persona como testigo del presiente en el caso Gürtel; y sobreseimientos de casos de corrupción del PSOE andaluz. En el ámbito parlamentario las relaciones con sus supuestos socios parlamentarios están al límite.
Aguantar hasta el 2019 es de lo que se trata. Para el PSOE mirando a su izquierda, pero desgastándose lo menos posible y dejando claro que no es lo mismo que Podemos pero tampoco opuesto. Ciudadanos tiene en las elecciones autonómicas y locales su oportunidad de ‘sorpasso’, si se le pasa solo tendrá la imagen de Rivera, lo que no parece suficiente. Podemos va camino de tener que aceptar el tradicional papel de Izquierda Unida. El PP volverá a jugar la baza de la economía, para entonces en su quinto año de expansión, cercano a los dos millones de empleos.
¿Será suficiente para hacer olvidar o harán además falta nuevas caras? No podemos desde luego olvidar el tema catalán, si este se concreta en un referéndum ilegal que obligue a una remodelación de competencias. Esto cambiaría la agenda política, las relaciones entre partidos, un brexit español que llevaría a los ciudadanos a enfrentarse a un shock político peligroso. ¿Cuál de nuestros líderes nos enseñará entonces el nuevo camino?