Desde principios del siglo XIX directamente en el llamado mundo occidental, en el resto de los países más indirectamente, los dos grandes países anglosajones, UK y EE.UU, han dominado no ya el comercio o la política, sino los modelos de vida y la escala de valores.
Terribles guerras ganadas y largas post guerras han acompañado este proceso. En ningún sitio ha sido esto tan palpable como en Europa, donde los poderosos nacionalismos europeos, que se remontan hasta la Edad Media, acordaron integrarse en organizaciones supranacionales. Ningún otro lugar del mundo lo ha intentado, aunque la integración y la globalización son acontecimientos mundiales. Los anglosajones, conscientes de su protagonismo, con una cierta sensación de preponderancia, han tenido una doble relación con el proyecto europeo: por un lado alentarlo e incluso participar en él; pero por otro una desconfianza en la estabilidad, política y económica, de la UE.
En 2016 tanto UK como Norteamérica tomaron decisiones políticas para anteponer sus intereses nacionales a cualquier modelo cooperativo. La visión de que las relaciones comerciales o políticas eran sumas cero, con sólo ganadores y perdedores se convirtió en la base del Brexit y del América First.
Siempre los intereses nacionales han dominado las políticas de todos los países. Pero precisamente el impulso anglosajón, basado en el libre comercio y la democracia parlamentaria defensora de valores mundiales, pretendía superar el nacionalismo más extremo. La desconfianza hacia la UE hizo, en este mismo 2017, que varias elecciones (Austria, Holanda, Francia) fueran presentadas como test definitivo de la voluntad popular hacia la UE. Nada más lejos de la realidad: los partidos anti UE y anti euro han perdido frente a sus contrarios, demostrando que la integración europea tiene respaldo popular más allá de las consecuencias económicas. Por el contrario, es en los dos principales países anglosajones donde el riesgo político está aumentando.
En el Reino Unido las recientes elecciones generales -convocadas para conseguir un mandato reforzado para el Brexit para los conservadores- han fraccionado el mapa político, acercando la gobernabilidad a un pacto con los Unionistas de Irlanda del Norte que amenaza los equilibrios conseguidos en los 1990 para acabar con la guerra civil. En EE UU, después de una polarizada campaña presidencial, la polarización no ha hecho más que aumentar.
Además, Irlanda del Norte es la parte de UK menos favorable a abandonar el mercado interior europeo. Los resultados electorales de la semana pasada no han supuesto, en realidad, una pérdida de influencia de los Tories, que con un 42,4% han tenido un gran respaldo. Pero sí una sorpresiva recuperación del voto socialista a costa de nacionalistas y liberales. Lo demás lo ha hecho el sistema electoral británico, que prima el bipartidismo. En esencia, cuando se convocaba al pueblo para tener un mandato fuerte sobre el Brexit, votado hace un año, la voluntad popular ha preferido decantarse por una derecha-izquierda. Nadie discutiría que el Brexit es el gran desafío inmediato de la sociedad británica, pero no sus votantes.
En Norteamérica, después de una polarizada campaña presidencial, la polarización no ha hecho más que aumentar, con un rusiangate que amenaza con dominar la agenda política de Trump, haciendo muy difícil su puesta en marcha. Mientras, las relaciones internacionales se complican más con los aliados tradicionales que con los antagonistas. Llevarse mal con Trump empieza a ser un plus electoral en muchos países, lo que ya vivimos con Bush hijo, aunque entonces limitado a la guerra de Irak.
Como la risa va por barrios, los hasta ahora sufridos europeos y japoneses disfrutan de un buen momento político y económico. La UE, pasada su media década horribilis desde 2010, se asienta en un buen crecimiento económico, con empleo, donde los países del sur crecen más que los del norte a excepción de Grecia, que no acaba de encontrar cómo hacer oficial lo que todo el mundo sabe: que no pagará toda su deuda. Superadas las elecciones alemanas este otoño veremos si los buenos vientos encuentran velas que llenar con las reformas necesarias para la UE del futuro, a tiempo de sumar a Italia a las buenas noticias electorales en 2018. Japón tiene en Shinzo Abe el líder que sustituya a Koizumi de hace quince años. Abe está cambiando su país, política y económicamente, hasta laboralmente aumentando los salarios y reduciendo la jornada laboral, en un país sin desempleo, donde la disciplina en el puesto de trabajo es considerada la culpable del bajo consumo.
Nadie debe dar todavía por finiquitado el periodo anglosajón de la historia, pero el tiempo corre para todos. Para cuando se superen en UK y sobre todo en EEUU las actuales divisiones internas pueden haber pasado muchas cosas en el mundo. Estos cambios en la UE y Japón pueden dar por superado un largo periodo de influencia unilateral y UK y EE.UU podrían tener que mirar hacia fuera para inspirarse. Otro mundo.