El año 2017 ha empezado con gran fortaleza informativa por muchas causas. Una de ellas es la sincronización económica, es decir la evolución positiva de la mayor parte de las economías del mundo, desarrolladas y emergentes, con un crecimiento mundial superior al de los últimos dos años.
Esta sincronización es algo que no sucedía desde antes de la crisis de 2008 y sus sucesivas ramificaciones en la Eurozona, en los países productores de materias primas sobre todo petróleo. Este crecimiento generalizado ha aguantado el cambio de signo de la política monetaria de la FED y sus efectos sobre los tipos de interés de otros países. Muchos llamaran la atención sobre los crecimientos económicos bajos, la caída del comercio mundial, las crecientes diferencias de rentas entre personas que caracterizan lo que se ha llamado el “nuevo normal”. Es cierto que el potencial de crecimiento ha caído y no sólo en los países desarrollados.
El bajo aumento de la productividad y de la natalidad en muchos países emergentes auguran crecimientos medios más cerca del 4% que del pasado 7%. Esto sin duda tendrá consecuencias para temas como la disminución de la pobreza y el aumento de la rentas medias de muchos países emergentes.
Un crecimiento extendido es sin duda buena noticia desde el punto de vista de la estabilidad y apuntala la posibilidad de salir de la gran expansión monetaria de los principales bancos centrales sin que se produzca una desestabilización en las economías emergentes, a través de sus balanzas de pagos. Como ya he mencionado en otras ocasiones, las recientes subidas de la inflación es una buena noticia al alejarnos del gran riesgo de la deflación. Pero esto no quiere decir que la inflación no tenga efectos sobre el poder adquisitivo y los tipos de interés, lo que abre debates sociales y políticos de importancia, desde luego en la Eurozona donde desde Alemania se pide ya un fin al QE del BCE, pero sin que todavía se haya restaurado el normal funcionamiento entre ahorradores y deudores esencial para el futuro del euro, permitiendo que el ahorro euro fluya hacia los mejores rendimientos sin que el riesgo país distorsione las decisiones entre países que tienen la misma moneda y un mercado de bienes y servicios unido.
Para muchos es una paradoja que cuando el mundo recupera un crecimiento extendido, desde los países más ricos se hable de nacionalizar las relaciones comerciales y financieras. Puede que estamos ante un caso claro de agotamiento social, falta de liderazgo, populismo. Pero al mismo tiempo que asistimos a una subida de las principales bolsas, en parte como consecuencia de la salida de más de tres billones de dólares de bonos a acciones y también de expectativas de cambios regulatorios y de impuestos en EE.UU, cabe preguntarse si estamos, otra vez, ante un error de los mercados. Las euforias generalizadas muy a menudo llevan aparejadas errores colectivos, y no sólo en las Bolsas.
Aunque el crecimiento mundial y los resultados empresariales abonan un cierto optimismo, la cuestión es si eso da para valoraciones record especialmente en los mercados norteamericanos. La respuesta es no, sino pasa algo nuevo en las inversiones o en las rentas familiares. Aquí, el previsto plan Trump de estímulo fiscal a la Reagan será determinante y en este caso no serán órdenes ejecutivas presidenciales sino un acuerdo con el Congreso quien sea decisivo.
2016 ha tenido varios sobresaltos, unos económicos sobre todo con China y otros políticos. Los mercados han dado poca importancia duradera a los últimos, Brexit o Trump, Siria, Turquía. Una total impermeabilización entre política y economía es el sueño de los ultraliberales, pero no ha pasado nunca. Si lo que vemos hoy continúa, estamos ante uno de los mayores cambios en las relaciones entre países desde 1945. No ha existido nunca un país con la penetración geopolítica del actual EE.UU con 900 bases militares en 130 países de los menos de 190 que existen en el mundo, según la comentarista política Sara el Yafi. Sin mencionar las realidades económicas, comerciales y financieras que respaldan este poder geopolítico.
El genuino, está por ver si legítimo y acertado, deseo de la administración Trump de cambiar reglas políticas y económicas señalando el “America first” como la clave de su comportamiento pone a esos 130 países, pero también a los restantes, ante la necesidad ineludible de reaccionar a ese cambio de reglas. En un momento en que por primera vez en casi una década el crecimiento económico es sincronizado en el mundo una cierta política de coordinación sería de esperar, para aprovechar bien esta oportunidad. Pues no parece que la vayamos a tener, para bien o para mal.