Desde la creación del Estado Soviético en 1918, para los comunistas del resto del mundo los líderes rusos gozaban de un respeto y prestigio como creadores de un nuevo orden frente a la democracia burguesa y el capitalismo.
Sin embargo, esos mismos líderes eran considerados como dictadores represivos y crueles para los no comunistas, especialmente después de la II Guerra Mundial y con el comienzo de la Guerra Fría. Hasta la represión primero en Hungría y diez años después en la antigua Checoslovaquia, la opinión de izquierda de los países democráticos no dudaron del liderazgo ruso basado en los derechos humanos.
Desde esas fechas, los líderes comunistas en Rusia, China y en otros países fueron considerados de manera creciente como dictadores líderes de un Estado represivo. Hoy sabemos que los grandes genocidios del siglo XX se han producido en Estados comunistas. Con la caída de la Unión Soviética se dio por sentado el fin del comunismo, pero también del liderazgo ruso a nivel mundial.
En los últimos meses del 2016 y primeras semanas del 2017, Rusia y su líder Vladimir Putin lo dominan todo. Se le reconocen capacidades de inteligencia para manipular las elecciones de varias sociedades occidentales: para empezar EE.UU pero también Bulgaria, Georgia o República Checa. En las futuras elecciones en Alemania, Francia, Grecia y Austria participan partidos supuestamente vinculados con Moscú. El sueño comunista hecho realidad con partidos no comunistas.
La habilidad del actual Gobierno de Moscú es equiparable al legendario infiltración en la inteligencia británica en los años 30 del pasado siglo. Todo ello mientras Rusia decide el futuro de la guerra en Siria y protagoniza acuerdos entre países claves de la zona como Turquía e Irán y establece acuerdos de producción de petróleo con Arabia Saudí y es aliado central de EE.UU en Oriente Medio.
Mientras tanto, Rusia va superando la crisis económica, consecuencia de la caída del precio del petróleo de 2015 con el respaldo explícito del FMI, abandona la Corte Penal Internacional y lleva a cabo la primera anexión desde la II Guerra Mundial de territorio de otro Estado con Crimea. Las relaciones con Putin son hoy tema central no sólo del próximo Presidente de EE.UU, sino también de candidatos franceses (Lepen y Fillion), las relaciones con el partido gobernante en Grecia o en la República Checa, además de con la totalidad de sus países limítrofes no miembros de la UE. La influencia rusa no está basada ahora en una ideología universal, si no que es una cuestión práctica de poder: Rusia es demasiado importante no sólo para no ignorarla, incluso para ser molestada.
No estamos aparentemente ante una vuelta a un enfrentamiento ideológico mundial, sino ante la demanda de Rusia de ser reconocida y respetada como un poder geopolítico, su objetivo internacional desde su nacimiento como estado y que sólo había alcanzado bajo la URRS. Nada muy nuevo en el orden mundial, pero sí una llamada de atención a los países occidentales y su influencia mundial. Tanto en Europa como en el sur del Mediterráneo, la influencia rusa ya se hace sentir; algo a lo que EE.UU y la UE pueden reaccionar de manera coordinada o no.
Tiene máxima importancia si los lazos atlánticos establecidos, precisamente para reaccionar al poder soviético, son afectados en como entenderse con la actual Rusia. Tanto o más va ser capital si dentro de la UE las relaciones con Rusia se nacionalizan y será difícil que la UE aguante semejante división Este – Oeste.
Desde el punto de vista económico y financiero, Rusia es un país productor de gas y petróleo. Es precisamente esta dependencia, este monocultivo, una debilidad que impone restricciones monetarias y económicas en Rusia que pese a tener población más que suficiente (146 millones) y ser el país más extenso del mundo, no ha sido capaz de hacer florecer una economía diversificada con una prevision de crecimiento los proximos años del 1,5%, muy baja para un país emergente de renta per capita de 8.000 euros.
Algunos ven en las recientes acciones exteriores de Putin un reflejo de una debilidad interior compensada con una capacidad notable de injerencias externas y una decisión robusta de actuar militarmente. El sorprendente reconocimiento de todas las opiniones públicas occidentales del papel ruso en los espionajes y ataques informáticos pone en una nueva luz los casos Assange y Snowden.
EE.UU y sus aliados europeos entregaron en manos rusas a dos de sus más brillantes hackers, enredados en las denuncias de sus propios espionajes informáticos mutuos. Rusia parece haberlos utilizado hábilmente para impedir la victoria de Hillary Clinton, a la que acusan de el cambio político del Maiden en Ucrania, que es desde el punto de vista ruso, el mayor ataque reciente a su estabilidad política.
El debate abierto en EE.UU sobre el papel de Rusia en sus recientes elecciones presidenciales puede tener unas consecuencias muy importantes dentro y fuera. Otros países europeos, como nada más y nada menos que Alemania y Francia, tienen elecciones en 2017 y ya se han planteado las posibles injerencias rusas. La posición atlántica unitaria ante la invasión de Crimea puede no ser viable en muy poco tiempo.
El reciente despliegue de tropas norteamericanas en Polonia puede ser el último. Nunca la URSS tuvo un panorama similar con occidente dividido y sin líder (el G0). Pero hoy Rusia está integrada en la economía mundial y lo sabe. En cierto sentido, intenta repetir el modelo de influencia de otros grandes productores de petróleo pero con un añadido geopolítico que lo hace único. El sueño centenario de ser un potencia mundial parece haberse recuperado.
Países más ricos e incluso más fuertes militarmente quizás carecen de la decisión necesaria para reducir la influencia mundial rusa. Sorprendente recuperación de influencia geopolítica.