No ha habido desde 1945 un proyecto geopolítico mundial que haya tenido más apoyo y generado tantos resultados como la Unión Europea. Decididamente apoyado por sus aliados, sobre todo EE.UU, pero también por poderes distantes como China, América Latina, Japón; incluso sus adversarios, la URRS, aceptaron el proceso deUnión Europea como un importante instrumento de estabilidad para un continente que había sido responsable de tormentos mundiales en la primera mitad del siglo XX y dominado el mundo durante el siglo anterior. Con la desaparición de la URRS en 1989 el proyecto de UE se hizo accesible a los países del este de Europa, llegando hasta antiguos elementos del Imperio ruso como los actuales países bálticos. Incluso para Rusia la existencia en sus fronteras del mayor mercado del mundo, pero sin una unión política completa aunque estable, es una oportunidad atractiva. El lanzamiento en 1998 de una unión monetaria culminada, después de varios intentos, con el euro dotaba al mundo de una segunda moneda.
La aparente decisión norteamericana de volver a un mundo basado en las relaciones comerciales bilaterales, en vez de un sistema multilateral basado en reglas y sistemas de resoluciones de conflictos, pone a la UE en una nueva posición. Es desde luego el único poder real para llevar la contraria comercial y económica al Presidente Trump, con China en segunda posición muy por delante de Japón o América Latina, Canadá o Australia. La UE es el mayor mercado del mundo, imprescindible para todas las economías incluida la norteamericana. Desde luego el cambio de posición de esta afectará a los europeos, pero su propia existencia ofrece una alternativa al dominio norteamericano. El euro, con todas sus críticas, es ya una realidad como moneda mundial y una clara alternativa a ser otra moneda reserva, lo que hoy depende más de los propios países euro que de nadie: si estos son capaces de crear un verdadero mercado de capitales integrado, parte de un único sistema financiero. Esta realidad explica mejor que nada la sorprendente animadversión de la nueva administración norteamericana hacia el proyecto europeo. No son pues China, India o Brasil, ni Rusia, quienes quieren o pueden debilitar la UE. La pregunta de que papel jugará UK después del Brexit es desde luego clave. El gobierno May tiene por delante una difícil pero esencial negociación para salirse de la UE, que le impide de momento avanzar en acuerdos comerciales bilaterales. Dejando aún lado como serían estos bajo el principio “US frist”.
Pero la UE y la zona euro tienen también problemas y enemigos internos. Los nuevos populismos nacionalistas, de derechas en el norte y de izquierdas en el sur, presentan la unidad europea como un problema que hay que resolver, no se sabe muy bien como. Hasta el propio presidente del BCE, Mario Draghi, ha creido necesario recordar la semana pasada que para salirse del euro hay que devolver primero toda la financiación recibida desde el banco central. No puede decirse que las instituciones europeas hayan aumentado su atractivo y cercanía en los últimos años, buroctáticas y distantes. Ademas la división política entre acreedores y deudores a partir del 2010, con la austeridad impuesta por aquellos sobre estos, aún no ha sido todavía superada. Lo que se requiere es un verdadero funcionamiento del mecanismo de transmisión financiera, es decir que el ahorro de los países acreedores vaya a los países deudores atraído por un diferencial de rentabilidad. Este mecanismo es necesario para justificar una moneda única sin un Estado único, sin una unión política. Desde 2014 es el BCE quien ha substituido al mercado trasladando el ahorro, comprando bonos y prestando liquidez, pero la subida de la inflación aunque pauperrima está llevando ya a los alemanes a pedir que esto termine, mientras se oponen a completar la unión bancaria vehículo esencial para trasladar el ahorro de un país a otro. Alemania es el mayor exportador del mundo con un superávitequivalente al 8% de su PIB, el mayor beneficiario del mercado interior y del peso europeo en el mercado mundial. Algo no cuadra en su posición y mucho menos después de Trump. Los pesimistas dirán que es habitual en Alemania confundir sus objetivos estratégicos.
Será difícil que los ciudadanos europeos apoyen más instituciones y más poder para Bruselas, muchos incluso pensaran que Trump tiene razón respecto al exceso de regulación más todavía en la UE que en EE.UU. Pero el euro puede no resistir una subida de tipos y el final del QE del BCE, lo que es posible a partir de 2018. No otro que el supuesto futuro embajador norteamericano para la UE, Ted Malloch ,acaba de decir que hay que estar corto en euros porque puede colapsarse en 18 meses. El que avisa no es traidor. Llevamos una temporada en que a menudo pasa lo que no debería pasar. Algo habrá que hacer. Trump da a la UE y a la zona euro una urgencia adicional para resolver sus inconsistencias. El no parece querer ayudar y los populismos europeos si triunfan dicen que se pondrán de su lado. Debemos darnos cuenta lo que hay que hacer y es posible, como también cuál es el calendario necesario: 2017.