La crisis catalana acaba de dar un giro inesperado, que amplía el conflicto con un encontronazo entre España y Alemania, socios además de tradicionales aliados en la Unión Europea (UE) y en la zona euro. La decisión de un tribunal territorial, del Lander Schleswig- Holstein, de evaluar las pruebas aportadas por el juez del caso, Pablo LLarena del Tribunal Supremo español, pone desde luego en entredicho la naturaleza de la llamada euroorden, que en este caso se ha convertido en una segunda instancia. Por si fuera poco, la ministra de Justicia del Gobierno Federal alemán, Katarina Barley, criticó las circunstancias “políticas” en el caso Puigdemont. No es tema menor, ni mucho menos solo español, la aceptación del derecho de autodeterminación dentro de los Estados Miembros de la UE. El tribunal territorial alemán decidió en contra de la opinión de la Fiscalía alemana, que allí instruye las causas.
Desde luego, los jueces en Estados democráticos son independientes, pero los ministros de Justicia no lo son. El Gobierno alemán ha corregido a su ministra, que al pertenecer al SPD no está bajo la disciplina de partido de Angela Merkel. El Gobierno español ha mantenido un perfil bajo en este incidente, ya un clásico comportamiento que indica la convicción de que el tiempo lo arregla todo. Pese al resultado electoral de constante declive que sufre el Partido Popular, desde 2011, y antes, desde 2004.
España encontró un aliado firme en Alemania desde el comienzo de la democracia. Todos los partidos políticos nacionales, menos los comunistas, y también algunos regionales, recibieron todo tipo de ayuda de las fundaciones cristiano y social demócratas. La más importante, la fundación Konrad Adenauer, ha criticado la decisión del tribunal territorial alemán en el caso Puigdemont. Las relaciones entre los dos Gobiernos se hicieron más intensas todavía cuando Felipe González, como presidente del Gobierno de España, apoyó en 1983 a Helmut Kohl, canciller alemán, en el despliegue de misiles tácticos contra la URSS, en contra de toda la izquierda europea, para después apoyar sin reservas la unificación alemana. Aquello Alemania nunca lo olvidó. Después vinieron los Fondos Estructurales y de Cohesión europeos, más de lo que hubiera supuesto el Plan Marshall para España.
A partir de nuestra entrada en el Mercado Común, en 1985, España ha sido un aliado de las tesis alemanas, de la ortodoxia fiscal. Aznar se negó a formar un frente sur, Mediterráneo, para entrar en el euro con retraso, como pretendía Italia. Claramente acertó y a Italia no le quedó más remedio que intentarlo desde el principio. Económicamente en dos ocasiones, 1996 y 2013, Alemania ha puesto a España de ejemplo económico, por las reformas y la disciplina. Pero con todo y eso, el aliado privilegiado de Alemania sigue siendo Francia en política europea. El intento español de crear un eje liberal con Gran Bretaña, a principios de los años 2000, descarriló con la segunda Guerra de Irak. Además España no pertenece al grupo de países del Norte, que intenta liderar Holanda, o al Grupo de Visegrado, que une a varios de los nuevos socios del Este.
Somos socios de Alemania, con una influencia pequeña. Convertida España en contribuyente neto del presupuesto europeo, gracias a nuestro aumento relativo en renta, pocos favores podemos esperar de Alemania en términos de transferencias. Algunos podrán pensar que en la pasada crisis económica Alemania nos ayudó. No lo parece. La ayuda vino del italiano Mario Draghi como presidente del Banco Central Europeo (BCE). España ha sido siempre reacia a formar un grupo con Italia, Portugal y Grecia por razones de crédito reputacional. La experiencia con Francia ha sido mixta, con la sospecha española de que Francia sólo defenderá sus intereses, cuando llegue el momento crucial. El recuerdo de la política francesa con ETA, hasta la llegada de Jacques Chirac y sobre todo de Nicolas Sarkozy, seguro que pesa en la memoria colectiva española.
Ahora en nuestra segunda gran crisis interna –después del terrorismo, el separatismo–, comprobamos las dificultades que existen con Alemania. Para ser justos, la vía judicial es muy difícil de hacer casar con las soluciones políticas, con razones muy distintas entre ellas. La vía judicial es no solo difícil de acomodar a las urgencias políticas, pero sobre todo es irreversible una vez iniciada. Cosa que sucede al contrario en la vía política. En esto Alemania no tiene ninguna culpa. Es España la que no ha sabido dar un cauce viable a sus problemas territoriales, lo que se ha convertido en una debilidad de cara a la UE, entre otras cosas.
Es ahora importante para España tener una posición sobre el futuro de la UE, más allá de ser partidarios. Nada en el debate interno español prepara a los ciudadanos para lo que en todas las opiniones públicas se considera un inminente momento refundacional europeo. No parece que baste con apuntarse a todos los cambios, siempre que supongan más Unión. Tampoco con apoyar a Alemania para que ellos nos apoyen cuando cambie el ciclo económico, pues ya hemos visto que no es así. Somos la cuarta economía del euro, de la UE también, lo que nos asegura un puesto en muchas mesas. También pesamos en las internacionales de los principales partidos, populares o socialistas, puede que también en los liberales-centristas; foros estos donde se deciden posiciones comunes, se eligen presidentes de la Comisión o del Parlamento Europeo.
Ya no somos aquellos que necesitaban entrar en el Mercado Común a cualquier precio, por supervivencia económica y política. Pero carecemos de un discurso europeo interno, por comodidad de un Gobierno que prefiere no provocar discusiones, de unos partidos de oposición centrados en un debate doméstico mejor cuanto más simple. Lo que es seguro es que de cara al futuro, bastante inmediato, Alemania tiene unos objetivos no siempre coincidentes con los nuestros. Lo cual es lógico, pero deberíamos obrar en consecuencia.