Una de las cuestiones en que hasta ahora ha habido unanimidad respecto a la Unión Europea es que, pasadas las elecciones alemanas de septiembre, se abriría una gran oportunidad de reforma.
Las elecciones tuvieron lugar hace ya un mes. Cierto que conun resultado distinto del esperado, una nueva y holgada victoria de Angela Merkel al frente de la CDU-CSU. Es verdad que fue la candidata más votada pero perdió más de dos millones de votos respecto a cuatro años antes. Su principal rival, el SPD, socialista, también bajó respecto a las anteriores elecciones.
Los votos fueron a parar a la derecha económica y política: los liberales de FPD y los ultraderechistas de AfD. Los liberales no son muy partidarios de ampliar la integración europea, AfD es contraria a la pertenencia de Alemania a la UE. Los liberales son un socio aceptable para Merkel y tienen aspiraciones al Ministerio de Finanzas, AfD no lo es.
El primer cambio producido por la nueva situación ha sido la propuesta del exministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, para presidir el Bundestag. Schäuble ha sido quien ha dirigido la política económica alemana, pero también la del Ecofin y la del Eurogrupo durante la larga crisis del euro, desde 2010 a 2014, dominada por la austeridad fiscal, los rescates de varios países y un euro fuerte basado en una política monetaria insensible a los riesgos de deflación. Ante los sucesivos riesgos de ruptura del euro (2012) y de una deflación continuada (2013), el Banco Central Europeo (BCE) bajo la presidencia de Mario Draghi impuso, contra el criterio alemán, un cambio sustantivo.
Hoy la zona euro ha recuperado los niveles de riqueza anteriores a 2007, las economías que más crecen son las rescatadas, salvo Grecia. Y Alemania, que tiene la tasa de paro más baja desde la reunificación, es el país con mayor exceso de ahorro del mundo y crece por encima de su potencial.
Así las cosas, en su despedida Wolfgang Schäuble ha querido dejar su testamento económico a sus colegas europeos: de cara al pasado, la austeridad ha triunfado, vean sino la recuperación; de cara al futuro, la ayuda será entre países, no a nivel del euro, a través del Mecanismo Europeo de Estabilidad (ESM) vía préstamos -los países solicitantes deberán estar preparados a reestructurar su deuda-. Esta idea no es nueva. Alemania ya la planteó en 2010 ante la crisis griega, desencadenando las crisis irlandesa, portuguesa y española, que requirieron de la intervención de Draghi para solucionarse. Pero da igual, Alemania vuelve a plantear el mismo esquema.
Sorprendentemente, ninguno de los países rescatados ha dicho nada esta vez, solo Francia ha reaccionado apuntando que obligar a reestructurar la deuda generaría serias dudas en los mercados sobre aquellos países que puedan necesitar asistencia macroeconómica. Puede que muchos piensen que Schäuble tiene poco que decir sobre el futuro o puede que se dé ya por perdida la batalla. Dos concepciones del euro están detrás de este planteamiento.
Por un lado, la alemana, donde la zona euro comparte moneda y política monetaria pero cada país es responsable de su estabilidad macroeconómica, que debe obtenerse con políticas fiscales más reformas estructurales.
Por otro lado está la concepción de que todo país soberano moderno cuenta con un prestamista de última instancia, su banco central, que emite liquidez sin límite en su propia moneda, con las consiguientes consecuencias sobre los precios domésticos.
Para Alemania la pérdida de soberanía que supuso entrar en el euro es haber cambiado el marco por el euro, lo que le permite ahora tener el mayor superávit comercial del mundo sin que se aprecie la moneda. Para otros países la pérdida de soberanía que supuso entrar en el euro no fue solo dejar su moneda sino aceptar la competitividad alemana como propia y para ello además de reformas son necesarios capitales que se muevan según el mercado dentro de la zona euro.
El riesgo soberano que apareció cuando se explicitó la necesidad de recortar deuda si se requería ayuda por el cambio de ciclo que trajo consigo la crisis financiera de 2008afectó mucho al mercado financiero intraeuro. Un ahorrador alemán empezó a tener miedo de invertir en euros en Portugal. Su deuda ya no era segura.
En otoño del 2010, el 20 de octubre, una mujer alemana y un hombre francés se citaron en la ciudad atlántica francesa de Deauville, tradicional lugar de veraneo de la alta burguesía. No era una cita de amor, aunque el marco se prestaba a ello. Angela Merkel y Nicolas Sarkozy celebraron en Deauville una reunión bilateral para acordar la respuesta a la crisis de la deuda griega, que acababa de explotar la primavera anterior.
La mujer se impuso, no habría ayuda sin reestructuración de la deuda. Los mercados tomaron nota, las deudas de los países con mayores desequilibrios caminaron hacia el impago. Solo cuando el BCE afirmó que “haría todo lo que fuera necesario para salvar el euro y créanme será más que suficiente”, actuando como prestamista de última instancia para cualquier país del euro, las dudas se disiparon. Habían pasado dos años, pero sólo Grecia había reestructurado su deuda.
Hoy siete años después la misma mujer alemana pero con distinto hombre francés se vuelven a citar. Puede que esta vez no sea en Deauville, que sea en Alemania en vez de en Francia, pero la reestructuración de la deuda parece que volverá a estar encima de la mesa. Sin una buena solución para este tema la zona euro puede no generar confianza suficiente para afrontar los cambios de ciclo. Y los ciclos son casi lo único seguro en la economía de mercado. El silencio de los posibles afectados da preocupación. Confiar en que Emmanuel Macronnos represente a todos en el nuevo Deauville parece una más que pacata estrategia, dándole a Alemania una preponderancia que Draghi y la experiencia de la crisis no le han dado.
El consenso de que una vez pasadas las elecciones alemanas se abría el momento de las reformas en la UE, también en la zona euro, es más que posible que sea cierto. Alemania parece tener su idea: más fuerza para los Estados, para el Consejo Europeo. Francia también apuesta por el protagonismo nacional, pero con nuevos instrumentos europeos: presupuesto, deuda, ministro de Finanzas, unión bancaria con garantía de depósitos. Los demás guardan silencio hasta ahora. Pero el plazo no será muy largo. El cambio de ciclo nos espera, sin duda, en el futuro.
Las opiniones públicas en los países rescatados han estado y están muy atentas a las causas domésticas de sus respectivas crisis. Han realizado grandes esfuerzos económicos y socialespara superarlas, han reformado sus economías igualando la competitividad alemana. Lamentablemente, al mismo tiempo han aumentado sus niveles de deuda, sobre todo pública. El cambio de ciclo las encontrará más fuertes económicamente pero también más endeudadas. Cuando llegue ese momento, carecer otra vez de forma clara de un prestamista de última instancia en su moneda, el euro, puede ser un grave error. Hay que ir a Deauville, si es posible al mismo hotel, en el mismo piso, y la misma habitación en la que se reúnan Angela y Emmanuel.