Durante los últimos meses, desde el pasado septiembre, Alemania ha estado sin gobierno efectivo.
Así, en cierto sentido, la Unión Europea (UE) y la zona euro han vivido durante ese periodo sin el impulso alemán. Otros países, como Francia u Holanda, han realizado propuestas políticas para el futuro de la UE, en este caso contrapuestas, pero todos sabíamos que habría que esperar a la vuelta de Alemania, un reconocimiento a su supremacía actual, pero también a su papel jugado desde el principio de la construcción europea.
En cierto sentido sin lo sucedido en las últimas dos guerras europeas y mundiales la necesidad de la unidad no sería tan sentida, ni tan compartida, por los europeos. Pero sería muy injusto limitar la influencia alemana a su papel bélico en el pasado. Más bien ha sido la nueva Alemania desde 1945, democrática, responsable históricamente, liberal, disciplinada, eficiente, la que ha contribuido a conformar la UE, caso único en la Historia.
La crisis desde el 2010 dio a Alemania la oportunidad deliderar en solitario, ante la debilidad de su habitual compañero francés. Liderar es siempre solitario, nunca a gusto de todos. Unos dirán que Alemania salvo a la zona euro con su disciplina impuesta con mano de hierro, otros que estuvo a punto de hacerla añicos hasta que se abandonaron sus recetas en 2014.
Este debate tiene su importancia de cara al futuro, para decidir qué hacer ahora: mayor poder a los Estados nacionales o a las Instituciones Europeas. Disyuntiva constante desde la firma del Tratado de Roma en 1957.
Aunque en la campaña electoral alemana los temas europeos tuvieron un lugar secundario, en las largas negociaciones para conformar un gobierno han sido cruciales. Sorprendente para los votantes, viendo que lo que se valora en realidad para decidir quién gobierna no fue de lo que se discutió a la hora de pedir el voto. El partido que más porcentaje de voto perdió en estas últimas elecciones generales, los socialdemócratas del SPD, ha sido el que ha impuesto su visión de avanzar hacia una mayor unión incluso en el terreno fiscal pero también político, consiguiendo seis ministerios, entre ellos Finanzas y Exteriores.
Su líder, Martin Schulz, gran derrotado por el voto pero victorioso en las negociaciones de gobierno, ha sido sin embargo vetado por el SPD como futuro ministro además de cesado como líder del partido. Aun así sus ideas europeístas han resultado triunfadoras en el programa de gobierno acordado. El partido ganador de las elecciones, la democracia cristiana de la CDU/CSU, pese a perder dos millones de votos en septiembre, mantiene la cancillería para Angela Merkel, que se acerca a los 16 años de liderazgo con cuatro mandatos consecutivos como canciller. Los dos partidos históricos de Alemania, unida y democrática, intentan una vez más una Gran Coalición (Groko), con grandes riesgos de fomentar el crecimiento de liberales y de la extrema derecha, ambos contrarios a una mayor integración europea.
Con estos mimbres las cosas no van a ser fáciles en el frente europeo. Para empezar las bases del SPD tienen que ratificar el acuerdo. Si no lo hacen, la repetición de elecciones parece inevitable.En el caso de que haya gobierno , el cambio en el Ministerio de Finanzas, después de ocho años de Wolfgang Schauble, es una buena noticia para la construcción del euro, como lo es que el compromiso sea no mantener los superávits fiscales de los últimos años de más del 1% del PIB, para dar paso a una revaluación interna, que convierta a la economía alemana en más expansiva para sus socios euro, disminuyendo su superávit exterior actual del 8% del PIB. Pero donde se va a ver la verdad será en el BCE, en la culminación de la unión bancaria, en el diseño de cómo se van a afrontar las futuras crisis económicas dentro del euro. Nada más y nada menos. Lo que desgraciadamente no está en el acuerdo de gobierno.
El BCE ha sido capital en salvar el euro, cuando aceptó en julio de 2012 ser el prestamista de última instancia de los países miembros, como lo son el resto de los bancos centrales para sus países. Como poco se puede decir que Alemania, su banco central el Bundesbank, no era partidario. La zona euro, como toda Europa y el resto del mundo, ha salido de la crisis con un crecimiento en 2017 del 2,5% no visto en más de una década. De cara al futuro, se trata para el BCE de dejar de comprar bonos, púbicos y privados, para mucho después subir tipos.
La inflación en la zona euro es baja, lejos del objetivo del 2%, el desempleo alto, el doble que en EE UU, Alemania o Japón; pero sobre todo la deuda es alta, la pública pero también la privada. La crisis que acabamos de dejar atrás ha demostrado, una vez más, que solo con austeridad no se baja el endeudamiento, es necesario además que la economía crezca a una tasa mayor que los tipos de interés. La pretensión pública alemana de presidir el BCE no puede suponer olvidar esta lección.
Muchos países de la zona euro, pero no Alemania, tienen altos niveles de deuda. Por ello, a través de sus bonos soberanos o de sus sistemas bancarios, o de los dos, serán muy sensibles no solo a subidas de tipos de interés pero también a que se acabe la compra de bonos por parte del BCE. Ahora que esto empieza a suceder, concluir la unión bancaria en la zona euro es necesario, imprescindible, para que el ahorro se mueva libremente entre países según la rentabilidad como pasaba antes de 2010, no para que los países del Norte subvencionen a los del Sur.
No solo la competitividad industrial puede mantener el euro, el eficiente movimiento del ahorro para la inversión es lo que define una zona monetaria unida. Una única garantía de depósitos bancarios es lo que se necesita en la zona euro, ahora que la supervisión y la regulación bancarias ya las ostenta el BCE. Completar la unión bancaria es imprescindible para que vuelva un mercado único para el ahorro a nivel euro. Nadie debe presidir el BCE si no se compromete con estos principios.
La próxima crisis será sorpresiva, como todas. Cuando llegue, los países euro afectados carecerán de política monetaria propia, como ha pasado ahora. Las futuras ayudas macroeconómicas serán préstamos o ayudas fiscales y monetarias. La pretensión, alemana y holandesa, de convertir el actual Mecanismo Europeo de Estabilidad (ESM) en el único instrumento de respuesta es apostar solo por los préstamos. Sin embargo es necesario un instrumento euro; sean los eurobonos o algo parecido. No puede ser que solo los bonos alemanes continúen siendo el único activo libre de riesgo de toda la zona, en el que los bancos inviertan para cubrir sus coeficientes. Este tema también debe quedar claro por quien quiera presidir el BCE después de Mario Draghi.
Todo esto es muy farragoso, incluso aburrido, pero es de lo que se ha tratado para salir de la crisis. Es bueno recordarlo. El reciente pacto para gobernar en Berlín, “pacto entre perdedores”, según The Wall Street Journal, es coincidente con esta experiencia buscando una Alemania más expansiva, junto con una zona euro con más instrumentos fiscales propios. Hemos de ser conscientes que la mitad de los votantes alemanes no respalda esta coalición y que incluso los que la respaldan no apoyan todo esto, pero es lo más que podemos pedir. Los otros países miembros del euro tendremos que explicar y convencer. Nos va mucho en ello. De momento solo Emmanuel Macron lo hace.