La presidencia de Donald Trump no ha podido calificarse de habitual desde su principio. El estilo belicoso e impredecible del Presidente ha continuado después de una más que ruidosa campaña electoral, dirigida tanto a sus adversarios domésticos también a sus aliados internacionales.
La presencia tanto en la campaña electoral como en el gobierno de sus intereses empresariales, como de sus hijos, ha creado toda suerte de conflictos y acusaciones. En los últimos meses, tan solo transcurridos sus primeros seis como Presidente, Trump ha dado un cambio brusco y determinante a su equipo más próximo. Su Jefe de Gabinete en la Casa Blanca, figura clave del gobierno y en muchos sentidos equivalente a un Primer Ministro, Reince Priebus fue sustituido por el ex general marine John Kelly, reduciendo su contacto con el Partido Republicano del que Priebus había sido Presidente. Añadamos a eso dos acuerdos recientes y cruciales de Trump con los demócratas en el Congreso para calibrar sus difíciles relaciones con la mayoría republicana, que se suponía era su gran respaldo político.
También dos consecutivos directores de comunicación de la Casa Blanca dimitieron en una semana; a los pocos días el principal asesor político, líder ideológico y jefe de la exitosa campaña electoral, Steve Bannon, fue cesado por el nuevo Jefe de Gabinete John Kelly. Durante de todo esto su Vicepresidente Mike Pence viajaba por Europa garantizando el compromiso norteamericano con su defensa, insistiendo en mantener sanciones sobre Rusia por la invasión de Ucrania e inclusoinvitando a Georgia y Armenia, ambas con fronteras terrestres con la Rusia, a entrar en la OTAN. Todo muy distinto de los mensajes lanzados por el propio Trump respecto a unas nuevas relaciones con Putin.
Más coherencia se ha producido en la lucha contra ISIS en Siria e Irak, donde bajo un creciente protagonismo ruso, se está produciendo una victoria militar contra el jihadismo islámico, lo que no necesariamente supondrá el fin del terrorismo islamista, como hemos comprobado en el atentado de Barcelona.
Vuelta a la agenda geopolítica norteamericana seguida por anteriores Presidentes
El anuncio durante el pasado agosto por el propio Presidente Trump de un aumento de tropas en Afganistan, también en contradicción con lo dicho por él mismo en campaña, es otro ejemplo de la vuelta a la agenda geopolítica norteamericana seguida por anteriores Presidentes. Los llamados “grown ups” (mayores de edad) del Gobierno han tomado los mandos en esta esfera, no así todavía en otras como las relaciones comerciales. La explosión de la crisis con Corea del Norte es, derrotada militarmente ISIS, la gran prueba internacional de Trump.
Las difíciles relaciones con Corea del Norte, sus ambiciones nucleares, no son nuevas. Desde el fallido intento de Bill Clinton hace veinte años de llegar a un acuerdo con Pyonyang para el uso de la energía nuclear con finales civiles, los EE.UU no han encontrado cómo evitar el avance nuclear militar norcoreano. Los intentos de Bush II y Obama de hacerlo sin contar con otros países, con sanciones y aislacionismo, fracasaron. El propio Trump en sus primeros meses ofreció una entrevista con Kim Jong- un, que sus dos antecesores le habían negado, si la escalada nuclear se abandonaba.
La respuesta del líder norcoreano fue sin embargo incrementar las pruebas nucleares, enviar un misil de largo alcance (ICBM) sobre Japón hacia la isla norteamericana de Guam. La opinión internacional cree hoy que Pyongyang esta muy cerca de tener armas nucleares con capacidad intercontinental. EE.UU ha solicitado, exigido a veces, la colaboración de China e incluso de Rusia. China no es solo el principal aliado de Corea del Norte, a la que ya defendió contra norteamérica en los años 1950, sino que es su casi único socio económico, responsable del 90% de su comercio. Aún así, Rusia y China han votado este verano por dos veces sanciones económicas propuestas por Japón, EE.UU y Corea del Sur en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, han condenado en la reunión de los Brics la ultima prueba de una bomba de hidrógeno. Todo un éxito diplomático norteamericano. Pero ambos países también han dejado claro que no apoyaran acciones militares en la zona por EE.UU con sus aliados.
Desde la guerra y la partición en 1953 de Corea, Norteamérica ha tenido bases militares en el Sur relativamente cercanas a la frontera china. Los ejercicios militares periódicos llevados a cabo por EE.UU con Corea del Sur, son una prueba constante de su poder militar en el controvertido Mar del Sur de China, una zona donde Pekín intenta expandirse chocando con varios de sus vecinos (Vietnam, Filipinas, Tailandia). Para Rusia esta es una zona próxima a sus fronteras orientales, no tan crucial geopolícamente como su zona occidental, pero donde quiere estar presente marcando a sus dos principales competidoresmundiales, EE.UU y China. La reciente reunión Rusia, Japón y Corea del Sur en Vladivostock es una muestra de el papel que Putin aspira a jugar en esta zona.
Japón, otro jugador clave
Japón, la tercera economía del mundo, sin fuerzas militares ofensivas por mandato de la constitución impuesta por MacArthur al final de la Segunda Guerra Mundial, es otro jugador clave. Quizás el más interesado en no convertir a China en el líder de Asia. Fue Shinzo Abe el primer líder mundial en visitar a Trump después de su victoria, aunque no consiguió salvar el TTP (un tratado de libre comercio de EE.UU con once países del Pacífico pero sin China), con el que Obama y Abe intentaban limitar comercialmente a Pekín, al que Trump renunció nada mas ser Presidente. No cabe duda que una Corea del Norte con capacidad nuclear pondría bajo una nueva luz los acuerdos militares con Norteamérica no solo de Japón sino también de Corea del Sur, ambos muy importantes socios comerciales de China.
Semejante escalada militar tan próxima a su territorio no parece en el interés de China, tampoco de Rusia. Por el contrario, una desmilitarización de la península de Corea suena mas atractivo para casi todos los afectados , aunque para EE.UU seria aceptar reducir la presión sobre China ademas de perder influencia sobre Corea del Sur.
Todo parece que esta crisis definirá la primera presidencia de Trump, incluso si hay una segunda, dejando a parte lo que pase con la economía, Russiangate, Obamacare y demás temas. Trump mantiene unas extrañas relaciones con sus equipo mas próximo: con su Fiscal General Jeff Sessions, a quien ha estado apunto de cesar en publico, con su secretario de estado Rex Tillerson ha chocado en el delicado tema de los supremacistas blancos, igual que con su jefe de Consejo Económico Garry Cohn, además de haber tenido que disolver los Consejos Asesores de empresarios por el mismo tema. Sus dos principales colaboradores son dos ex generales: James Mattis Secretario, de Defensa y Jonh Kelly, Jefe de Gabinete. Mientras que el Vicepresidente Mike Pence recorre el mundo tranquilizando a los aliados.
Con estos mimbres la política norteamericana puede darnos cualquier sorpresa, pero también se la puede dar a Trump.