Desde el verano del 2016 las economías emergentes están beneficiándose de un mayor atractivo para la inversión mundial a la búsqueda de tasas de interés.
En esos años, los emergentes, gracias al impulso chino, mantuvieron tasas de crecimiento que poco a poco se fueron angostando según las contradicciones del gran aumento de deuda en China, que obligaron a sus autoridades a reducir los estímulos fiscales. Pero a partir de los últimos cinco años los países emergentes han sufrido desaceleraciones económicas, en varios casos recesiones, que frenaron la inversión internacional, a lo que vino a sumarse la caída de la demanda de materias primas desde los desarrollados, que acabó por provocar una caída en los precios, precios que representan exportaciones vitales para muchos países emergentes.
Desde el verano del 2016 las economías emergentes están beneficiándose de un mayor atractivo para la inversión mundial a la búsqueda de tasas de interés. Sus economías han resistido mejor que en ocasiones anteriores las crisis provenientes de los países desarrollados gracias a mejores políticas macro, aplicadas en las época de bonanza. No todo fue malo del consenso de Washington después de todo.
Al mismo tiempo, las economías desarrolladas están creciendo a su potencial o ligeramente por encima; China ha pasado de momento el bache de finales de 2015 y principios del 2016. Aunque las materias primas, empezando por el petróleo y el cobre, sufren precios históricamente bajos, lo que lleva al conjunto de los países en desarrollo ha crecer a la mitad que en la gran expansión de principios de los años 2.000.
Con todo y con eso, la economía mundial está experimentando un crecimiento sincronizado por primera vez en diez años, favorecido sin duda por un dólar débil que pese a las subidas presentes y previstas de los tipos de la FED, se ha depreciado un 10% frente a sus principales socios. Un dólar débil, la moneda mundial de reserva, está siendo buena para todos.Hasta los países de la Zona Euro parecen preferir un encarecimiento de sus exportaciones que una bronca con Donald Trump. El comercio mundial ha vuelto a su media histórica. Cualquiera diría que la globalización está funcionando incluso más y mejor.
Es cierto que la retórica antigloblalizadora ha bajado de intensidad. Trump no parece encontrar el camino para la prometida nueva política basada en “America first” con un superávit mexicano al alza; el espectáculo británico al comienzo de las negociaciones del Brexit tampoco otorga de mucho crédito al aislacionismo proteccionista, cuando la pertenencia de UK en el mercado único parece ir ganado adeptos como solución final.
Por el contrario, las relaciones políticas atraviesan un época cada vez más desconcertante. No solo la crisis de EE UU con Corea del Norte manifiesta serios riesgos de confrontación lo suficientemente altos como para que China y Rusia apoyen nuevas sanciones contra Pionyang, antes de poner a su adversario geopolítico en un callejón sin salida.
Las relaciones de la OTAN con Rusia no sólo tienen el problema de Ucrania, que ya recibe armas abiertamente de USA, sino que la posible entrada de Georgia en la OTAN va a ser un fuerte jarro de agua fría para Rusia, como lo han sido las nuevas sanciones impuestas por el Congreso norteamericano. La aventura rusa de inmiscuirse en las elecciones presidenciales norteamericanas puede acabar siendo un gravísimo error de cálculo. Las relaciones EE UU con la UE tuvieron un “rocky start” con la llegada de Trump, su primer viaje a la OTAN y su abandono en solitario del Tratado del Clima de París.
El reciente viaje del Vicepresidente Pence por el Este de Europa ha debido tranquilizar muchos nervios, como el acomodo de las nuevas sanciones norteamericanas contra Rusia a los requisitos energéticos alemanes. Serán sin duda las relaciones con Berlín las que más marquen como van las cosas entre los aliados atlánticos. El futuro político de Trump es, como poco, confuso para aliados y adversarios, lo que puede llevar a peligrosos errores de cálculo tanto en Corea del Norte como en Rusia.
La derrota militar de ISIS ha sido la excepción en este mapa de confrontaciones y recelos, aunque el futuro de Siria, Irak, los kurdos y sobre todo, un nuevo equilibrio pacífico entre Sunnis- Shias (Arabia Saudí – Irán) no sean cosas fáciles, mucho menos inmediatas.
La relativa prosperidad económica esparcida un poco por todos los países debiera servir de lubrificante para los acomodos políticos, pero no se puede dar por sentado. Europa puede, debe y le conviene contribuir a un mundo más en equilibrio. Serán las relaciones con el nuevo EE UU la mejor contribución a ese equilibrio, dejando claro tanto a socios como adversarios cuáles son las posiciones atlánticas.
Pero para ello, primero la UE tiene que ser capaz de formular las suyas para después compaginarlas con la nueva Norteamérica, que con o sin Trump apunta a ser diferente. Después de las elecciones alemanas en septiembre de este 2017, se abrirá esa ventana de oportunidad.
Nadie sabe ahora cuando se cerrará, pero será rápido.