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Después de un año y medio de súbitas sorpresas electorales en varios países industriales (Trump en EEUU, Brexit en Reino Unido, Cataluña en España) no es de extrañar que muchas personas piensen que los riesgos para el mundo vienen, en este año 2018, de la política o incluso de la geopolítica, ya no de la economía, donde el Banco Mundial acaba de anunciarnos que el conjunto de los países van a ver crecer su potencial por primera vez en diez años. Analistas reputados como Ian Bremer o Martin Woolf han comenzado el año avisando a sus lectores de riesgos políticos mundiales no vistos en décadas.

Terminada la guerra fría, en los años 1980, no se habían producido riesgos políticos globales. Bien es cierto que llevamos varios años con conflictos regionales en Medio Oriente y África que han generado 60 millones de desplazados, tantos como en la II Guerra Mundial. Los conflictos geopolíticos son otra cosa, su carácter global exige el enfrentamiento de fuerzas mundiales como eran EEUU-OTAN contra la URSS-Pacto de Varsovia. La relativa resurección de Rusia, en Crimea y Siria, puede plantear un nuevo enfrentamiento con nuevos escenarios en los cyber ataques. Incluso la intromisión en las campañas electorales de los países democráticos puede considerarse una novedad, aunque mas intromisión suponían desde 1945 a 1980 los partidos comunistas nacionales a las órdenes de Moscú.

Pero Rusia, incluso con Putin, no tiene unas bases económicas sólidas, con una renta per cápita que no llega a los 10.000 euros, con una economía totalmente dependiente de la energía, con la UE como uno de sus principales clientes. En cierto sentido, Rusia se ha separado de Occidente en términos políticos e incluso militares, pero está cada vez mas integrada en términos económicos y sociales con turistas y ciudadanos rusos en toda Europa. Pero, en su organización política, si algo ha hecho su distanciamiento de los regímenes democráticos en estos últimos años es aumentar. No es un caso aislado.

El modelo parlamentario liberal, democracia y economía de mercado no está expandiéndose, aunque el número de democracias formales lo haya hecho sin duda. China desde luego, pero también todo el mundo árabe e islámico -incluida Turquía- buscan alternativas de poderes ejecutivos fuertes, dictatoriales incluso, mercados sometidos. En Asia, salvo India, Corea del Sur y Japón y hasta cierto punto Indonesia, el resto de los países o son dictaduras de un solo partido o democracias formales con un líder «fuerte». África se mueve en la misma onda. Pero es más, desde China y otros se levanta la bandera de que este es el modelo idóneo para los países emergentes, como se hacía en la época de la descolonización, o en España y Portugal hasta finales de 1970. En este tema, Hispano América es una excepción con elecciones libres que generan gobiernos democráticos, que se alternan pacíficamente, aunque con problemas crónicos en sus sociedades de violencia y desigualdad.

Hay también voces que apuntan a que las nuevas tecnologías requieren para su aplicación poderes ejecutivos «fuertes» que sean capaces de diseñar los mercados y las economías de la inteligencia artificial. Desde luego el control que proporcionan el big data junto con el internet de las cosas otorga al poder del Estado sobre la información individual un salto cualitativo.

La estabilidad y la paz que proporcionan el intercambio económico mundial es real. Pero hay suficientes ejemplos en la historia de que lo que cuenta es el poder, no el interés material. La llamada «maldicion de Tucidides», por la que el país emergente acaba en guerra con la potencia declinante, se contempla ahora entre China y EEUU, con los demás como actores en una tragedia ajena, mientras China es el mayor acreedor de Norteamérica con casi dos billones de «treasuries» en su poder. El famoso, ahora defenestrado, Steve Bannon es un firme creyente de que esto será así. Pero teorías catastrofistas a parte, la realidad es que Occidente ha perdido confianza y prestigio político. La reciente crisis financiera del año 2007 fue su culpa, todos los países lo saben con pérdida de solvencia moral y técnica unida.

El estado de bienestar occidental es envidiado, pero no su modelo cultural ultraliberal que muchos ciudadanos emergentes rechazan frente al suyo. La estabilidad política y la calidad de sus líderes son diariamente puestas en entredicho por una comunicación ilimitada y libre, que no existe en los países emergentes, donde los líderes están mucho más protegidos del control de la opinión pública. La trivialización de la política democrática occidental sometida a 140 caracteres en internet, a responder en tiempo real a todo y sobre todo, está pasando su factura dentro y fuera de las fronteras nacionales.

Occidente ha apostado que la libertad en política, como en economía, es siempre superior al control, que la «destrucción creativa» económica pero también política acabaría por superar siempre a las dictaduras. Fue así con la caída del Muro de Berlín, del comunismo. Pero el mundo del G1, EEUU, está pasando ahora por abandono del cetro norteamericano con Trump más como una aceleración de este proceso que otra cosa. Pero, ¿es posible la convivencia pacífica entre sociedades libres con otras sometidas a poderes únicos? Este y no otro es al final el tema del poder nuclear militar de Corea del Norte o Irán. Abandonado ya el sueño democrático de la primavera árabe, o la extensión democrática en Asia, China, pero también Rusia y otros, contraponen su modelo al democrático occidental. No podemos decir al comienzo de 2018 que ellos vayan perdiendo, aunque vayan a Davos.