En lo que parece una decisión premeditada, pero también muy personal, el Presidente Trump ha anunciado que impondrá tarifas al acero y al aluminio importados, 25% y 10%, respectivamente.
La noticia salió antes en FoxNews, la TV de cabecera del Presidente y la más vista en EEUU. Los detalles filtrados indican que se ha elegido la fórmula más extrema de las ofrecidas por sus expertos, con además una gran división dentro de su equipo, donde ha dimitido Gary Cohn, Consejero Ecomico del Presidente, después de que hace una semana lo hiciera su tercera responsable de comunicación en un año, Hope Hicks, con crecientes rumores de la inminente marcha de su Consejero de Seguridad Nacional, H.R Macmaster.
Paul Ryan, el republicano Presidente de la Cámara de Representantes, le ha pedido públicamente que rectifique, como lo ha hecho la Cámara de Comercio EEUU y hasta el Wall Sreet Journal. Pero Trump ha tuiteado que “las guerras comerciales son fáciles de ganar”, después de amenazar a la UE con incrementar las tasas de sus coches vendidos en EEUU ( cuota del 10%), pese a que la cuota de coches norteamericanos vendidos en Europa es del 13,5%. Crece la sensación que no conoce bien las consecuencias de lo que puede desatar.
El acero solo afecta al 0’3% del empleo de EEUU. Pero sí afecta negativamente a su industria manufacturera. Una medida similar de George W Bush se calcula costó 200.000 empleos en 2002. Los principales países afectados son todos los aliados de Norteamérica (Canadá, Mexico, Corea del Sur, Japón, Alemania y también Rusia). Ninguno de ellos es responsable de la sobrecapacidad mundial en acero y aluminio, provocada desde el año 2000 por las industrias chinas sostenidas artificialmente por el Estado, aunque China se verá poco afectada porque es de los países que menos exporta acero a EEUU, un 2% del total de las importaciones. Aunque se anuncian en breve nuevas restricciones norteamericanas contra cientos de productos chinos.
Trump ha elegido unos productos, el acero y el aluminio, que afectan ya poco al comercio mundial. Sin embargo los países afectados reaccionarán con represalias comerciales, lo que puede convertirse en un guerra comercial si a su vez Norteamérica impone nuevas represalias. El propio Presidente norteamericano ha dejado saber que en su decisión pesa especialmente el efecto sobre “su base electoral”. Lo que indicaría poca disponibilidad a negociar, pero también una debilidad personal que los demás pueden explotar.
El fondo pero también la forma son característicos de un hombre que no quiere, no puede, esconder sus deseos personales. Relativamente acosado por el tema del Rusiagate, con sus familiares pagando el precio de haberse acerado demasiado al poder, con su equipo en perpetua mutación, esta medida hace poco para acercarse a sus aliados, ya todos resquemados por choques anteriores. Además en las mismas fechas Xi Jingpin ha anunciado que será dictador en China, sin límite temporal a su mandato. El Presidente Putin ha presentado en su campaña electoral un vídeo sobre las “invencibles” nuevas armas rusas, más o menos creíble. En un aspecto más positivo, aparentemente, Kim Jong-Un ha aceptado hablar con Corea del Sur y con EEUU de desnuclearizar la península coreana.
Mexico y Canada son los paises más afectados, que han solicitado quedar excluidos de los nuevos aranceles por su pertenencia al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta). Se les ha contestado que acepten las nuevas propuestas sobre Nafta que EEUU lleva un año planteándoles. ¿Se ha tomado esta medida para forzar un acuerdo en Nafta, enmascarándola en una acción general? Estaríamos ante lo que en lenguaje coloquial los norteamericanos llaman “hard ball”, tácticas duras. Todo excesivo, pero demasiado obvio.
Si Trump sigue adelante puede encontrarse sin Nafta, con represalias de los socios comerciales que afecten seriamente a la economía norteamericana, sin respaldo político ni empresarial. Sin atajar el verdadero problema, la política china de sobre capacidad en este tema o de no respeto a la propiedad intelectual, alienando a los países que pueden unir fuerzas. Si rectifica el ridículo será inevitable.
Es posible que sus socios, políticos o comerciales, no quieran una guerra económica por el acero, que tendría solo un impacto en el crecimiento mundial del 0,5%. Pero alguno la puede querer contra Trump, el más impopular de los presidentes norteamericanos. Los miedos se hacen realidad. Así parecen haberlo entendido los mercados, para los que está complicación, eminentemente política, complica mucho el delicado proceso hacia la normalización monetaria.