Hace más de siete años que comenzó la crisis que amenazó con acabar con el euro, que produjo las más profunda recesión económica en muchos países europeos desde 1930. El próximo 24 de septiembre 2017 se celebran elecciones federales en Alemania, donde aparecen como favoritos los dos mismos partidos que han gobernado el país desde 1949.
El eslogan electoral de la CDU/CSU dice: “Para una Alemania en la que vivir bien y ser feliz”. El de sus contrincantes del SPD: “Nuevos proyectos, con equipos renovados”. No puede decirse que la campaña se presente en un ambiente de gran confrontación, después de 12 años de gobiernos cristianodemócratas con la señora Merkel de canciller, de los cuales ocho lo han sido en coalición con los socialdemócratas.
Es cierto que con un nivel de desempleo del 3,8%, de inflación del 1,7%, prácticamente sin déficit público, la situación económica alemana hace tiempo que dejó atrás la crisis financiera mundial, ya que la crisis del euro nunca le afectó. Durante 2017, ha habido otras elecciones generales en la UE. Todas han despertado, no ya interés, sino angustia en Europa y fuera (Holanda , Austria, Francia), pero no en Alemania. Pero no será por la falta de importancia del país tanto en la UE, como en la zona euro o en el resto del mundo.
Alemania ha sido decisiva en la lenta y costosa resolución de la crisis del euro y nadie pone en duda que lo será en el futuro económico y político de la UE. Este silencio sobre las elecciones alemanas no se sabe si es por confianza o por resignación ante las posiciones alemanas de cara al futuro. Este país recibió más de un millón de refugiados entre 2015 y 2016, lo que hubiera desestabilizado a cualquier otro país, ha tenido recientes atentados terroristas y tiene una población turca de varios millones. Pero el populismo representado por AfD tiene una expectativa de voto entre el 8 y el 10%. La gran duda hoy es con quien hará coalición la señora Merkel: socialistas, verdes o liberales.
El país desde luego sufrió los efectos de la crisis financiera internacional, gastándose en rescatar sus bancos la mayor cifra de toda la UE: 64.200 millones de euros, pero su mapa bancario no ha cambiado, cajas de ahorros incluidas. Todos sabemos que los alemanes valoran la estabilidad, nadie puede negar que no sean consecuentes. Alemania marcará la agenda europea del futuro, pero poco nos dicen estas elecciones de un seguro de depósitos bancarios europeo, menos sobre un futuro mercado de capitales integrado y ni hablar de una unión fiscal, pese a que las encuestas dicen que los votantes son partidarios de más integración europea.
Sin embargo, la conocida posición alemana de alejar a la Comisión Europea del control presupuestario de los países miembros, de hacer al ESM el responsable de las ayudas a las economías en problemas a base de programas de ajuste, no suenan muy integradoras. Si se ha dejado caer que el próximo presidente del BCE podría ser alemán, posición capital y casi única para fijar la política macroeconómica del euro.
Con la certeza que da ya mirar a lo que ha sucedido, la crisis euro tuvo dos etapas: la primera hasta 2012, en que se ponía en sería duda la misma supervivencia del euro; la segunda hasta 2014, por el riesgo de deflación. Ambas estuvieron ligadas a la sobrevaloración de la moneda, consecuencia de una política monetaria muy estricta coincidente con una restrictiva estrategia fiscal.
Recordemos las dos increíbles subidas de tipos de interés en 2011 por parte del BCE. A partir del 2014, con un cambio de estrategia macro de 180 grados, la política monetaria se volvió expansiva, el euro se depreció y la política fiscal se distendió. Todo lo contrario de l0 defendido por Alemania, que, por primera vez, se quedó en minoría en el consejo del BCE.
Alemania es el país del mundo con mayor superávit exterior, que es considerado por la Comisión Europea y el FMI como un riesgo para la economía europea y la mundial. Ese alto nivel de ahorro interno no induce, sin embargo, a una gran inversión en Alemania, ya que sus empresas prefieren invertir en otros mercados cuatro veces más que los extranjeros en Alemania.
Donald Trump, con su peculiar estilo, ha acusado varias veces a Alemania de beneficiarse detrás de un euro depreciado. La verdad es que su economía tenía un déficit exterior desde 1990, que se transformó en superávits crecientes desde la llegada del euro hasta ahora. Sea por Trump o no, el euro se ha apreciado, hasta ahora modestamente, las exportaciones alemanas han caído los últimos meses y su crecimiento económico ha llegado al 2,1%.
Todo buenas noticias, pues de lo que se trata no es de hacer regalos, sino dar crecimiento como otros le dimos a Alemania en su crisis del 2000. En todo caso los socios del euro harían bien en fijar su estrategia macro antes del próximo cambio en la Presidencia del BCE en 2019. De momento, el diferencial de la deuda española ha vuelto por encima de los 100 puntos básicos, puede que sea por el calor del verano.