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Alemania ha ido a las urnas este pasado domingo. La opinión pública nacional e internacional daba por sentado una nueva victoria para Angela Merkel, la cuarta desde 2005.

Efectivamente la CDU-CSU de Merkel ganó las elecciones, pero perdiendo más de dos millones de votos en cuatro años. El SPD, socio en ocho años de los doce de gobiernos Merkel, perdió también más de un millón de votos. Los dos grandes partidos alemanes desde 194, cristianodemócratas y socialdemócratas, que llegaron a tener conjuntamente el 90% de los votos, superan ahora por los pelos el 50%.

Durante los dos últimos gobiernos alemanes, ocho años, se produjo la crisis financiera internacional y las dos crisis del euro. Todos los gobiernos europeos durante este tiempo han perdido las elecciones, salvo en Alemania, que no sufrió prácticamente los efectos de la crisis, aunque sí tuvo que rescatar su banca con 64.000 millones de euros.

Más de dos millones de sus votantes decidieron cambiar de voto. La mayor parte hacia la derecha

Las elecciones se han celebrado con una tasa de paro del 3,4%, casi tres veces inferior a la media de la UE. Alemania es el segundo exportador del mundo y tiene el más grande superávit exterior. Con esta situación el eslogan electoral de la CDU-CSU fue «Por una Alemania donde vivir bien y ser feliz». Ante esta complacencia más de dos millones de sus votantes decidieron cambiar de voto. La mayor parte hacia la derecha, económica de los liberales del FDP y política de la Alianza por Alemania(AfD), acusada de extrema derecha filonazi.

La socialdemocracia alemana, como en el resto de Europa, ha retrocedido 10 puntos hasta el 20%. La crisis económica que ha puesto en tela de juicio el funcionamiento del mercado no ha
beneficiado a la izquierda centrista, triunfadora durante decenios en toda Europa. Al contrario; la derecha ha mantenido e incluso aumentado su peso político. Partidos o movimientos de extrema izquierda han aparecido en muchos países, casi siempre en un entorno de fraccionamiento del voto tradicional de izquierdas, que les dificulta crear gobiernos estables. Solo en UK el laborismo parece haber empezado a recuperarse, con un líder Jeremyn Corbyn con discurso tradicional de izquierdas de clase frente a la derecha.

Las elecciones en Alemania, sobre todo quienes conformen la coalición gubernamental, se ha considerado con razón la oportunidad para plantear el futuro de la UE y la zona euro. Superadas las elecciones francesas y holandesas sin victorias anti europeas, la repetición de Merkel se entendía como la gran oportunidad para robustecer la UE y la zona euro después de las crisis económicas y el Brexit. Pero el giro a la derecha en Alemania no augura un gran impulso pro más integración europea. La CDU-CSU ha dejado claro que no contará para una coalición con AfD,. El SPD por su lado se ha descartado para el gobierno. Solo queda la llamada coalición Jamaica (cristianodemócratas- liberales-verdes) con diferencias sustanciales entre liberales, verdes y el socio bávaro de Merckel, la CSU, quien ha perdido 10 puntos en votos aunque mantiene un envidiable 38% de respaldo. En esta coalición Jamaica solo los verdes y supuestamente Merkel apoyarían más integración europea.

Más peso nacional o más integración

Tanto Jean Claude Juncker, Presidente de la Comisión Europea, como Macron han fijado recientemente la mayor integración en la existencia un presupuesto euro, es decir ingresos y gastos públicos a nivel de la zona euro con un Ministro de Finanzas euro sometido al Parlamento europeo.

Antes de las elecciones alemanas, Merkel manifestó su disposición a aceptarlo. ¿Podrá hacerlo ahora? Parece que la reciente mayoría de los votantes alemanes están mas próximos al protagonismo de los gobiernos europeos que de darle más poder a las instituciones europeas.

De lo que se trata es de dar a la zona euro instrumentos macroeconómicos efectivos y eficientes para manejar los ciclos económicos de economías distintas pero con una moneda única con una única política monetaria. La pretensión alemana de que la disciplina presupuestaria junto con las reformas estructurales bastarían para eliminar las diferencias de ciclo y competitividad se demostró claramente insuficiente. Primero el mercado creyó que el euro se rompería en 2012, después que la zona euro sufriría una deflación a la japonesa. Solo la intervención del BCE bajo la presidencia de Mário Draghi impidió ambas profecías, en contra de la opinión alemana por primera vez minoritaria incluso solitaria en el Consejo del BCE.

La falta de debate sobre el futuro europeo en varios países, desde luego en España, sorprende en un momento en que los tipos de interés van a subir mientras que los niveles de deuda nacional, ahora sobre todo pública, se mantiene históricamente muy altos.

Estamos ante un movimiento mundial al alza de los intereses, que el mercado empieza a predecir. Una falta de una política macroeconómica apropiada para la segunda zona económica del mundo, la zona euro, supone un elevado riesgo económico pero también político. El euro ha sido muy beneficioso para todos sus miembros pero desde luego para Alemania, quien no habría podido superar tan rápidamente los costes de la reunificación ni mantener una moneda estable con un exceso de ahorro de casi 10 puntos del PIB.

Dejar el contrapeso al ordoliberalismo alemán en manos solo de Francia puede resultar cómodo para el resto de los líderes europeos. Pero Francia ya fue incapaz de modificar la posición alemana en 2010 y
2011, además de que Francia tiene una agenda intervencionista no siempre pensada para otras economías, que no sólo tienen que recuperar competitividad, cosa que varias ya han hecho, sino de
reducir diferencias en niveles de prosperidad para lo que necesitan atraer ahorro, inversión y mantener ventajas comparativas en costes e impuestos. Ignorar la actual disyuntiva europea es una opción muy arriesgada para las economías que más sufrieron las pasadas crisis, las llamadas periféricas: Irlanda, Portugal, Italia, España e incluso Grecia.

Los países del Este miembros de la UE y algunos del euro están teniendo algunas dificultades políticas con la Comisión Europea por temas políticos, incluida la inmigración. Sus relaciones económicas con Alemania son muy intensas, aunque la historia tiene su peso. No parecen muy partidarios de la Europa de dos velocidades de Macron, pero pueden ser mas partidarios del protagonismo de los Estados frente a la Comisión.

No es desde luego el momento para que los respectivos gobiernos se queden en casa ante las opciones europeas: más peso nacional o más integración