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La conferencia sobre seguridad ,del pasado fin de semana; que ​cada año se celebra en Munich es, a diferencia de Davos, una reunión protagonizada por gobiernos, sobre todo ministros de exteriores y defensa.

En su documento inicial este año habla de “el mayor riesgo de conflicto ( armado) desde la Guerra Fría”. Allí se ha constatado que por primera vez en tres décadas la carrera de las armas nucleares ha vuelto. El documento es sorprendentemente crítico con Donald Trump, en quien identifica con un cambio copernicáno del papel de EEUU en el mundo, al buscar no tanto el aislacionismo como el individualismo del “America Frist”. Sin embargo se reconoce que una cosa son las palabras o los tweets, pero otra los hechos. Bajo su presidencia Trump ha aumentado la presencia norteamericana en Siria y Afganistán, ha aceptado suministrar a Ucrania armas defensivas, aumentado al mismo tiempo las sanciones contra Rusia.

Pero la impredecibilidad de lo que pueda decir, en cualquier momento, el Presidente de la mayor potencia militar del mundo no puede compensarse con hechos solos. Es bueno recordar lo que su único partidario en Silicon Valley,Peter Thiel, decía sobre Trump: “fíjense en lo que hace, no en lo que dice”. Si el ambiente en Munich refleja algo es que lo que dice el Presidente norteamericano puede pesar tanto o más que lo que hace, ya que al final todos los gobiernos, democráticos o no, viven en sociedades con opiniones públicas que conforman sus posiciones. En base a lo que dice, Trump es el presidente norteamericano más impopular… salvo en Rusia.

Rusia y China también han ocupado sesiones de la conferencia, con presencia de sus gobiernos, a nivel de ministro de Asuntos Exteriores en el caso ruso, Sergey Lavrov. Rusia de manera decidida ha antagonizado a Occidente en el caso de Ucrania, anexionándose por la fuerza Crimea, pero también impidiendo su aproximación formal a la UE. Solo el último ciberataque de Rusia contra Ucrania le ha costado a esta última el equivalente al 0,5% de su PIB. A su vez, en Siria ha demostrado su decisión para apoyar a sus aliados, su efectividad en hacerles ganar. Cuando en 2015 el presidente sirio, Bashar Al Assad, daba sus sus últimas bocanadas, Vladimir Putin demostró a todos que un aliado de Rusia puede contar siempre con ella. Algo que hace tiempo los norteamericanos no pueden decir. Dos casos, dos mensajes desde Rusia: sus vecinos no pueden actuar sin tenerles en cuenta, o han de atenerse a las consecuencias; son un país dispuesto a poner soldados en el suelo para defender a un aliado, por desesperada que sea su situación. Es cierto que en Siria la película no ha acabado, como lo es que los muertos rusos son mercenarios, no soldados, al menos en su mayoría.

Aun así las limitaciones rusas siguen siendo las mismas que en la época de la URRS: si la economía no respalda es muy difícil ser un imperio. Rusia con un PIB del tamaño del español, con una renta per cápita inferior a la de China, con una economía que depende casi en exclusiva del precio de la energía no puede ser un “superpower”, aunque tenga muchas ganas. Su actuales supuestas injerencias en la vida política de los países de la OTAN, a ambos lados del Atlántico, son una vieja especialidad de cuando los partidos comunistas nacionales eran dirigidos desde Moscú. Rusia además de ganas tiene oficio en la geopolítica mundial, en explotar las llamadas contradicciones del capitalismo democrático. Sin embargo, su realidad socioecónomica, incluso cultural, le une a la UE su más importante cliente, su mejor mercado. Además en este mundo del “enfrentamiento de civilizaciones”, Europa es un referente al que todo su entorno mira, y si puede, se incorpora. Rusia quiere ser un poder sin ideología, con una economía ineficiente.

China es el gran poder emergente, como así lo reconoce el informe de Munich este año. Nada muy original, pero en eso no estriba la transcendencia del hecho. China  es ya la segunda economía del mundo por tamaño, el país con las más altas reservas monetarias, el mayor tenedor de bonos norteamericanos, promotor del primer banco de desarrollo del mundo, impulsor de una gigantesca propuesta de infraestructuras (road and belt), no tiene energía ni materias primas, pero fija sus precios. Es el más importante socio comercial de los principales países de Occidente, lo que utiliza políticamente. Esta en plena expansión armamentista, con tecnología igual o superior a la OTAN.

Pero desde la guerra de Vietnam, hace medio siglo, no se mete en aventuras externas militares. Nunca fue un imperio colonial, pero si fue el “centro del mundo” que renunció a tener una flota en el siglo XV. Es una dictadura de partido único, comunista, pero con un mercado capitalista. No solo contradice todos los principios filosóficos de lo que representa Occidente, sino que ofrece su modelo como alternativa a los demás países desde Filipinas o Tailandia hasta Turquía o Bielorrusia. No era a Rusia a la que Steve Bannon, el exideólogo de Trump, temía, con quien predice una guerra es con China. Bannon no siempre tiene razón. China ha sido un elemento esencial de estabilización en la crisis asiática de 1997-98, pero también en la financiera de 2007-08 cuando su relanzamiento fiscal evitó una crisis mundial.

Las relaciones dentro de la OTAN pasan por su peor momento.Con el debate sobre el gasto militar sin resolver, la salida del Reino Unido de la UE hará que el 80% del mismo lo hagan países fuera de la Unión. Aunque Norteamérica, ante el Plan de Acción Europeo de Defensa, ha reaccionado con preocupación, expresada por su Secretario de Defensa James Mattis, ante un panorama de un fondo de defensa ofrecido solo a las empresas europeas. Pero también Turquía está en tensión con la UE y EEUU, con este último corre el riesgo de tener enfrentamientos militares en Siria por culpa de los kurdos, en palabras del Secretario de Estado Tillerson “las relaciones con Turquía están en crisis”. La famosa frase de Angela Merkel, después del primer viaje de Trump a Europa, “los tiempos en que podríamos confiar por completo en otros en cierto sentido han terminado” sintetiza una grieta a ambos lados del Atlántico , en el momento en que la tensiones geopolíticas resurgen con fuerza, tanto en Europa cómo en Asía.